Propuesta de raciocinio sobre el falso Papa para católicos dormidos (IV)
“Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras” (Gén 11,1)
Ya vimos en el anterior capítulo cómo las disciplinas científicas tipifican su terminología y se rigen por un estilo estandarizado de lenguaje para minimizar errores.
Y cómo hasta ahora, también la Iglesia tenía su propio lenguaje, el eclesiástico, decantado durante dos milenios, para prevenir desviaciones y herejías. Hasta que Papafrancisco ha roto las reglas.
Ha irrumpido para imponerle a la Iglesia, con una descomunal soberbia personalista, lo que se conoce como el “efecto Francisco”, la versión mercadotécnica de la aberración que aquí denominamos Papafrancisco, un “soplo de aire fresco para ventilar viejas actitudes” (https://www.religiondigital.org/opinion/Cristianos-Socialistas-campana-Papa-Francisco_0_2634636527.html ).
Solo con fijarse de quién proceden los parabienes debería despertar las sospechas de todo buen católico.
El mundo –y su gran ramera apocalíptica, la iglesia bergogliana- hace
profusos ejercicios retóricos para persuadir de que la personalidad de
Bergoglio ha desbordado los cauces tradicionales del ejercicio
comunicador del ministerio papal (https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jose-francisco-serrano-oceja/notas-pontificado-papa-francisco-ii/20230316012259045739.html ) y se congratula de ello. Es el nuevo mesías.
Sencillamente, con Papafrancisco lo que ha sucedido es que se ha instalado la futilidad mundana en la cátedra de lo trascendental. O algo peor, como veremos. En cualquier caso, no podía ser de otra manera, pues es del todo imposible que alguien que no es Papa ejerza como tal. No cuenta con la asistencia especial del Espíritu Santo. Necesariamente, habrá de maquillar con toda clase de artificios un mensaje solo humano, plano, horizontal.
En realidad, es el ministerio petrino el que lo desborda a él, por
ilegítimo y anticrístico. Y vocea y hace grandes alharacas para
aparentar licitud, como los 450 sacerdotes de Baal en el monte Carmelo
(1 Re 18).
Pero no cuela. Porque si la cantinela sesentera del líder
inconformista/revolucionario ya astraga, no digamos en boca de uno que
se dice nada menos que Papa. No cuela. Y habrá que poner en evidencia
las fantochadas que utiliza para engatusar a los incautos y poner la
Iglesia al servicio de los poderes fácticos mundiales que le han aupado
para destruir los anclajes y principios firmes y obtener la sociedad
dócil que precisan.
Varias son las técnicas de manipulación del lenguaje aplicadas por Papafrancisco para introducir en la Iglesia la agitprop, el imaginario populista y el virus de la ideología woke, e imponer un nuevo paradigma que la haga otra.
Una de las técnicas típicas de manipulación de Papafrancisco, muy utilizada por la publicidad, es la de seleccionar un ramillete de vocablos propios de esta corriente extremista de raíz totalitaria, ya reprogramados sus significados, y repetirlos machaconamente en los contextos empáticos y generadores de emoción que ofrecen las nuevas fórmulas religiosas y el “efecto Francisco”.
Se trata de inducir en los receptores el sesgo de encuadre (framing) para potenciar la asimilación de los nuevos contenidos o nueva doctrina que haga posible la primavera eclesial, diseñada en los turbios despachos de Washington.
Aquí entrarían las consignas clásicas del bergoglianismo, como “periferias”, “fragilidad”, “escucha”, “diálogo”, “procesos”, “duda”, “alegría”, “pobreza”, “acompañamiento”, “integrar”, etc., que si bien chirriaron en un inicio al oído del fiel medianamente formado, tras una década de tabarra, forman parte ya del acervo neocatólico actual.
Son términos cuyo significado original ha sido modificado genéticamente para poder dar a entender otros significados o denotaciones, para conectar con contextos políticos y sociales utópicos que nada tienen que ver con el catolicismo –o que son incluso opuestos a él- y convertirlos en los marcos interpretativos de referencia para el neocatólico (nuevos paradigmas).
Es decir, Papafrancisco ha tomado prestados estos vocablos viciados de la izquierda identitaria, la economía social, los movimientos sociales, el pacifismo o el ambientalismo radicales, los ha envuelto de emocionalismo religioso, y los ha convertido en auténticos links que vinculan directamente los emponzoñados mensajes asociados a ellas con el sentimiento, eludiendo así el cedazo de la razón.
De esta manera, ha sorteado el antivirus de la doctrina y ha instalado una nueva predisposición cognitiva en sus seguidores, un malware, una reprogramación maliciosa, que reordena el funcionamiento del católico, haciéndolo más proclive al activismo social, por ejemplo, que a la vivencia espiritual.
Así, las “periferias” han pasado de ser terrenos por misionar, a revertirse el código y convertirse en zonas míticas, idílicas, en la nueva tierra sagrada en la que es preciso descalzarse, pedir perdón por nada y de la que la Iglesia debe recibir enseñanzas y aun revelaciones; lo mismo con lo “amazónico”, que antes era ámbito por civilizar y ahora resulta ser cultura ancestral a la cual debemos reverenciar y a cuyos ídolos demoníacos hay que adorar.
Lo extraño ocupa el lugar de lo central, lo ajeno pasa a ser lo esencial. Las certezas vienen dichas en otras palabras y de otras maneras (profanas, paganas), a menudo mediante metáforas y símbolos, que transmutan los significados y aun debilitan esas mismas certezas, que pasan a ser meras inclinaciones.
Este proceso, como queda dicho, ha requerido una previa idealización o alteración de los conceptos mediante la justicia social y la mística pauperista del neomarxismo y el indigenismo, con sesgos cognitivos positivos favorecidos por la antropología progre de base rousseauniana que crea opresores y oprimidos, víctimas a liberar o redimir socialmente, nunca almas que salvar.
Analicemos otros términos-píldora. Tenemos, por ejemplo, como parte de la amplia familia léxica irenista, los vocablos típicos del bergoglianismo –ya manoseados y prestados por la esfera progresista- “diálogo”, “escucha” o “relación”, que etimológicamente no encierran per se ningún valor propio, ni positivo ni negativo, pues su significado original remite a simples acciones medianeras, neutrales, pero que la dialéctica materialista ha cargado de munición ideológica.
El hechizo Papafrancisco ha convertido estos significantes de mediación en valores en sí mismos, en fines y, por lo tanto, en fuentes de verdad dentro de la Iglesia. Por eso, asistimos incrédulos al aberrante espectáculo de ver cómo todo aquello que se aporta en una asamblea de fieles deviene automáticamente material válido de documentos pontificios y, por lo tanto, del magisterio de la Iglesia.
Esta es la sólida base intelectual de la famosa “sinodalidad” bergogliana, que no es sino una significativa ampliación de la figura del sínodo de obispos a la totalidad de los fieles, y en la cual parece sostenerse la falacia de que cuanta más información se aporte, mejor es el razonamiento y más cierta la conclusión. Y es significativa esa ampliación porque le da la vuelta a la organización jerárquica propia de la Iglesia en aras de la participación, otro concepto clave de la posmodernidad.
Resulta, por otra parte, evidente la similitud con el asamblearismo de corte revolucionario, un método del leninismo clásico consistente en disfrazar de organización participativa lo que en realidad es un férreo autoritarismo mediante la institución de asambleas tuteladas.
No hay más que recordar la inauguración del más reciente, el Sínodo de la Sinodalidad (si no fuese real, parecería un chiste), con explícitas recomendaciones a ser audaces. “La Iglesia (…) no busca escapatorias ideológicas, no se atrinchera tras convicciones adquiridas, no cede a soluciones cómodas”, instó a los participantes Papafrancisco en la alocución (https://www.aciprensa.com/noticias/101407/homilia-del-papa-francisco-en-la-misa-de-inauguracion-del-sinodo-con-nuevos-cardenales ).
Ya en su misma convocatoria subyace una intencionalidad, pero cuando se convoca un sínodo bajo premisa de dar respuesta a los “nuevos desafíos”, se hace implícita la indicación de que es necesario hacer cosas nuevas y desechar las fórmulas tradicionales, que obviamente no están funcionando pues existe el problema que hay que resolver. La manipulación es de Perogrullo.
Y, si es necesario, se mete mano y se extraen las conclusiones que interesa extraer.
A los católicos dormidos se les ha olvidado aquella confidencia escalofriante de Bergoglio que se le escapó al arzobispo de Chieti, Bruno Forte, en mayo de 2016, a la sazón secretario especial del Sínodo de la Familia, contada a un numeroso auditorio como si de una anécdota divertida se tratara.
“Si hablamos explícitamente de comunión a los divorciados que se han vuelto a casar –le dijo el falso Papa a monseñor Forte-, usted no sabe cuánto lío provocamos. Entonces no hablemos en forma directa, háganlo en forma que se expliciten las premisas, luego yo extraeré las conclusiones” (https://www.accionfamilia.org/crisis-de-la-iglesia/si-no-no-se-hagan-ustedes-el-magisterio-liquido-del-papa-francisco/ ). Forte no ha vuelto a ser requerido para ejercer ninguna otra responsabilidad organizativa.
“Diálogo”, “escucha” o “relación” son mantras derivados de la deconstrucción del lenguaje operada por la revolución cultural mundial que sustituyen a conceptos básicos del catolicismo, como “verdad”, “identidad”, “bien”, “mal”, “dogma” “razón” o “definición”.
“Escuchar con los oídos del corazón”, se titulaba intencionadamente el mensaje de Papafrancisco para la Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales de 2022. “La comunión –perpetró ahí Bergoglio- no es el resultado de estrategias y programas, sino que se edifica en la escucha recíproca entre hermanos y hermanas. Como en un coro, la unidad no requiere uniformidad”. Delicadamente diabólico.
Diabólico, porque se supone que para unir es necesario coincidir,
asemejarse, compartir elementos constitutivos. De otra manera, lo que se
obtiene es un monstruo, una quimera, un ente artificial construido
mediante implantes. Estamos en la misma falacia: no es posible concebir
como fin en sí misma, a toda costa, la “integración”. No ha sido nunca
el modus operandi de la Iglesia la fraternidad a costa de la doctrina,
por muy en boga que esté el flower power y el pensamiento líquido en el
mundo, que, por otra parte, actúa despóticamente con la cultura de la
cancelación contra quien no se alinea con su monolitismo.
Muy similar trasposición de significado ha sufrido el término
“discernimiento”, que obtiene por obra y gracia de Papafrancisco
categoría de excelencia per se, sean cuales sean la calidad del mismo y
su desenlace. Así, se lee en la famosa nota 351 de Amoris Laetitia,
mientras una pareja en situación de fragilidad (léase adúltera y en
permanente pecado mortal) se encuentre discerniendo, puede comulgar.
Como si por el mero hecho de discernir ya hubiera alcanzado, de una
tacada, licitud, perdón y absolución.
Parecido tratamiento distorsionador tiene el vocablo “proceso”, pues un
proceso lo único que indica es una transformación, un cambio en su
desarrollo temporal. Claro que aquí juega el embrujo del concepto de
“cambio”, nuclear en el pensamiento progresista, y al que el proyecto
masónico confiere lapsos amplios cuando se trata de realidades de
calado, como las que custodia la Iglesia. Y Papafrancisco sabe que la
misión que tiene encargada es la de dar pie a futuros cambios radicales
todavía no asumibles por el católico de a pie (https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/pedro-maria-reyes/francisco-papa-que-inicia-procesos/20230314005946045715.html ).
Y qué decir de la palabra “fragilidad”, que ha reemplazado a “pecado” pero sin perder su acepción primera de simple debilidad, ajena al contenido de transgresión y desobediencia a las leyes de Dios que no le pertenece, por lo que, en la antidoctrina bergogliana, el concepto de pecado expresado por “fragilidad” ha pasado a ser inculpable e incluso, por depauperado, a describir una situación preferida por Dios para aplicar su misericordia y mostrar su infinito amor.
De ahí que Papafrancisco manifieste constantemente su predilección por conocidos herejes, paganos, ateos, abortistas, homosexuales, adúlteros, etc, es decir, por pecadores públicos e impenitentes, en contraste con los católicos que tratan de ser fieles a la doctrina, a los que desprecia e insulta por prepotentes (https://www.europapress.es/sociedad/noticia-papa-cierra-sinodo-clamando-iglesia-no-burle-pobres-catolicos-no-crean-superiores-20191027113416.html ).
El ser humano, razona aberrante, no puede escapar de su naturaleza frágil, ni aun recibiendo la Gracia de Dios, así que debemos resignarnos alegres en el pecado y dejar de ser hipócritas del mérito, debemos pecar hasta el fondo, que ya el Señor nos misericordiará. Puro seudosilogismo neoluterano del pecca fortiter, sed crede fortius, que, al servicio del relativismo mundano, rechaza la virtud, asociándola al orgullo, y abraza el pecado como vía para la efusión de la compasión divina.
La síntesis de esta trampa sería la siguiente: La misericordia divina trae la salvación, el pecado despierta la misericordia de Dios, ergo el pecado trae la salvación. Es decir, de la verdad de que Dios convierte los males en bienes, Bergoglio extrae un salvoconducto que exime de rechazar el mal. Pérfido.
Lo mismo aplica a la “duda”. Tener certezas resulta que también ha pasado a ser señal de soberbia, pues el ser humano, como miseria pecadora sin remedio, no puede llegar a la Verdad. De manera que, igualando fe, que es don sobrenatural, y razón humana de una manera luciferina –Lucifer es el gran tentador-, quien confiesa habitar en la duda está más cerca de la verdad (https://www.aciprensa.com/noticias/97122/papa-francisco-tambien-el-creyente-mas-grande-atraviesa-el-tunel-de-la-duda ).
En este sentido se entiende la identificación tramposa que hace Bergoglio entre “ley” y “doctrina”, tiñendo ambos términos del color veterotestamentario de la ley mosaica, como si la doctrina católica no fuese el resultado de la plenitud conferida por Nuestro Señor a la antigua ley, a la cual, por otra parte, tampoco había que cambiar ni una coma (https://es.zenit.org/2017/05/02/el-papa-en-santa-marta-abrirse-al-espiritu-para-que-cambia-nuestro-corazon-de-piedra/ ).
Por eso se encolerizó y no respondió a los autores de las dubia y odia la seguridad de la doctrina, que frecuentemente tilda de “fría” o sentencia propia de “corazones de piedra”. Y por eso respondió sin rubor no saber por qué Dios permite el sufrimiento de los niños (https://www.exaudi.org/es/ante-el-sufrimiento-de-los-ninos-no-hay-respuesta/ ), aparentando con ello ser más empático, espontáneo y accesible. Las tres nuevas virtudes del hombre moderno.
“Alegría” es otro concepto que los católicos dormidos se han dejado saquear burdamente. La manipulación Papafrancisco ha asociado tan evangélica y sustancial virtud al simple contento o diversión mundanos, al “lío” propio de jóvenes superficiales, al humanitarismo externo o bien al asistencialismo a los marginados, escamoteando la alegría cristiana, que se sustenta en la segura esperanza interior de que Nuestro Señor ya ha vencido al mundo y a su promesa escatológica.
Solo mediante esta mostrenca operación –que resulta vergonzoso que haya cuajado tras los preclaros magisterios de Juan Pablo II y Benedicto XVI- ha podido sostener el okupa del Vaticano que los católicos parece que vivamos “en una Cuaresma sin Pascua” (Evangelii Gaudium) o que tengamos “cara de funeral” (https://www.lavanguardia.com/internacional/20201213/6117661/papa-critica-cristianos-cara-funeral.html ) o de “pepinillos en vinagre” (https://es.aleteia.org/2013/05/10/el-papa-algunos-cristianos-tienen-cara-de-pepinillos-en-vinagre/ ), aplicando la indirecta generalización que proporciona el plural inconcreto, sin necesidad de emplear palabras generalizadoras, conectando así con la imagen tópica de aburrido, soso y tremendista que tan exitosamente maneja el hereticado mundo anglosajón del catolicismo.
Y es que este es, precisamente, el recurso nemotécnico que busca Papafrancisco con la siembra y repetición interesada de esta serie de términos envenenados. Está comprobado que la repetición proporciona seguridad al receptor, que así acaba identificando elementos familiares en el discurso, a los que, impulsivamente, en la permanente búsqueda de sentido, se agarra el intelecto y asimila su propuesta. No es diferente al funcionamiento de los anuncios comerciales, que se repiten hasta la saciedad en televisión para que luego el consumidor elija en el mercado la marca que le suena.
¿Y qué podemos decir de “pobres” o de “pobreza”? Existe toda una corriente expresada por la Teología de la Liberación que hace de la pobreza económica una categoría teológica por la vía del victimismo de la lucha de clases, de manera que la trasposición de significado está ya muy trabajada. ¿Qué ha hecho Papafrancisco? Reforzar esa potente desviación que favorece claramente la normalización del estilo discursivo neomarxista en sus alocuciones e incluso en sus documentos.
Y aquí entraríamos en otra gran operación manipulativa, la degradación de los documentos (oficialmente) pontificios, pero que, para no fatigar al paciente lector, dejamos para la siguiente entrega, en la que, si Dios nos concede las fuerzas y el entendimiento, continuaremos señalando las trampas del lenguaje de Papafrancisco.
Alex Holgado
Acceso a los Capítulos Anteriores:
- Capítulo 1:
LA ABERRACIÓN LLAMADA ‘PAPAFRANCISCO’
- Capítulo 2:
EL RUPTURISMO DE ACEPTAR A ‘PAPAFRANCISCO’.
- Capítulo 3:
LA TRAMPA ‘PAPAFRANCISCO’ EN SU LENGUAJE.
- Capítulo 4:
LA TRAMPA ‘PAPAFRANCISCO’ EN SU LEGUAJE (2)
- Capítulo 5:
LA TRAMPA ‘PAPAFRANCISCO’ EN SU LEGUAJE (3)
- Capítulo 6
LA TRAMPA ‘PAPAFRANCISCO’ EN SU LENGUAJE (4) – EL GRAN DEMAGOGO ‘PAPAFRANCISCO’
- Capítulo 7
- Capítulo 8
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