PAPAFRANCISCO Y LA TRAMPA PSICOLÓGICA DEL DOBLE VÍNCULO

 


Propuesta de raciocinio sobre el falso Papa para católicos dormidos (VII)

“Guárdame del lazo que me tienden, de la trampa de los malhechores”

(Sal 141,9)

 

En psicología está descrito el trastorno por doble vínculo, un tipo de alteración que se produce debido al sufrimiento que genera un dilema comunicativo por la contradicción entre dos o más mensajes. El caso es que este dilema no tiene solución, es decir, que la víctima queda psicológicamente atrapada y a merced del emisor.

El doble vínculo sería una trampa propia de personas manipuladoras para mantener sometidos a quienes tienen una relación de dependencia con ellas y que en la duda permanente no saben cómo actuar y pierden la claridad del razonamiento lógico. Podríamos decir que es uno de los efectos más perversos de la ventana de Overton, estrategia que veremos, si Dios quiere, en la próxima entrega de la serie.

Y este podría ser el escenario creado por Papafrancisco para desactivar una hipotética reacción de los fieles mientras se aplica a la destrucción de la Iglesia.

El doble vínculo lo ejerce, además, en los dos planos: el representativo, como (anti)Papa, y el del ejercicio del cargo. Así, aplica una de cal y otra de arena tanto como figura institucional, como también en sus declaraciones y (pseudo)documentos.

Este pérfido modus operandi no se pone de relieve en situaciones puntuales, sino que lo hace de una manera repetida y constante, siendo un patrón recurrente tras el que se esconde una intencionalidad, la de evitar la posible rebelión masiva de los fieles, lo cual ocurriría si operase siempre y en los dos planos contra la ortodoxia.

Pero no se trata únicamente de la estrategia artera del traidor que mide sus ataques para no descubrirse, sino que estamos hablando de un plan estudiado desde la psicología de la comunicación para conseguir una paralización a nivel profundo del receptor, semejante a la que se obtiene con el chantaje emocional, y que conduce más que a la indignación, a la desafección y la neutralización.

Pero veamos la artimaña de Papafrancisco en los detalles.

Papafrancisco aparece en las pantallas como auténtico sucesor de san Pedro. A ojos del católico medio, no existe ninguna duda al respecto. Benedicto XVI renunció, se convocó el correspondiente cónclave y los cardenales eligieron a Bergoglio, que ejerce como Papa. Diríamos que la mayoría no pasa de los formalismos. No precisan más que la fotografía oficial.

Pero para una significativa minoría algo chirría en Papafrancisco. Son los que no se quedan en lo superficial, los que se interesan por todo aquello que hace o dice el Papa, los que se sienten católicos y miembros de la Iglesia. Esta inmensa minoría es la que padece el (pseudo)pontificado de Bergoglio: es el menos bueno que ha habido en mucho tiempo, piensan, pero es el Papa, qué le vamos a hacer. Y aguantan, sumisos y perplejos, bajo el chaparrón porque “al Papa lo elige el Espíritu Santo”. Y toda argumentación o evidencia flagrante que lo cuestione es rechazada por estos rehenes del oficialismo, como si de una epidemia de síndrome de Estocolmo se tratara.

Y eso porque el okupa de la Santa Sede maniobra para fomentar esa sumisión culpable del doble vínculo. Como decimos, Papafrancisco cumple con el papel de Papa y, a la vez, destruye ese modelo con saña. ¿Cuántas veces no le hemos oído decir que más que Papa, es obispo de Roma, o que la fórmula de la colegialidad es más cristiana que la del primado del Papa, mientras excomulga fulminantemente a todo aquel que plantea dudas sobre su legitimidad, como a los sacerdotes Minutella, Bernasconi o Guidetti, o al obispo Strickland?

Pero es que a las declaraciones dirigidas a la deconstrucción del papado que opera el inquilino de Santa Marta se podría añadir una larga lista de acciones u omisiones: la reducción a mero título simbólico de Vicario de Cristo, la supresión del escudo pontificio del fajín, la firma de Francisco sin las siglas de Papa reinante (P.P.) y sin el ordinal (Francisco I), el rechazo al beso del anillo, la residencia fuera del Palacio Apostólico, la cruz pectoral de plata y no de oro, el uso de férulas esotéricas, etc.

A la vez, el fiel escucha tanto el lenguaje procaz de Bergoglio, sus declaraciones escandalosas de negación continua de la doctrina católica, sus reacciones fuera de tono, sus mensajes denigratorios hacia los católicos… Y lee o se entera de los documentos anticatólicos o plagados de paganismo, ¡escritos por el (falso) Pastor y (falso) Maestro supremo en la tierra!… Y se enciende y querría negar a tan herético personaje. Pero no puede: “es el Papa”, se dice resignado.

 

Y entonces busca asideros que refrenden al elegido de Dios. Y se topa con la permanente moneda de dos caras de Papafrancisco, quien asegura que los mafiosos irán al infierno, pero declara que el infierno no existe o está vacío; dice que el aborto es como contratar a un sicario, pero también que la Iglesia está obsesionada y calla cuando se somete a referéndum en Irlanda o en Argentina; aboga por la Iglesia de la misericordia y cierra comunidades religiosas no progresistas; empuja a “hacer lío” y luego tilda de reaccionarios ideológicos a los movimientos tradicionales; llama a defender a María Santísima como a una madre y luego blasfema calificándola de mujer cualquiera y entroniza a la Pachamama.

Y los fieles católicos saben y sienten que deben obedecer al (anti)Papa, y querrían hacerlo. Pero se encuentran encerrados en una contradicción. El doble vínculo resulta “enloquecedor”, porque quien está atrapado en este tipo de comunicación contradictoria frecuentemente acaba dudando de su capacidad para ver la realidad y busca culpables de tan desasosegadora situación (los medios que manipulan, los enemigos de la Iglesia, etc) o bien se culpa a sí mismo por no saber ser un cristiano de su tiempo.

El resultado, en cualquier caso, es el desaliento, la pérdida de la fe en la Iglesia o la luteranización o socavamiento del papado (“es una simple obra humana”, “una figura anacrónica”, “un monarca simbólico”, etc). Salidas todas ellas contempladas en el plan maquiavélico de Papafrancisco de la desafección inducida.

¿Y en qué advertimos esta desafección de los fieles? ¿Cuáles son los síntomas del doble vínculo?

1) Incomprensión. Es un indicio muy generalizado: el fiel no entiende lo que le pide el (anti)Papa, lo que le pide la (anti)Iglesia, ni tampoco las heterodoxias y salidas de tono: “¿cómo encajo a Francisco en mi concepción del catolicismo?”…

2) Desorientación. Por supuesto, garantizada en todo aquel con mínimos conocimientos de doctrina que pretenda seguir las enseñanzas de Papafrancisco: “¿no vale todo lo que me habían enseñado, ha cambiado la doctrina?”, “¿por qué no sé qué debo pensar?”, “¿por qué está mal actuar como siempre he actuado?”…

3) Culpabilidad. Este sentimiento es inevitable, pues  “si es el Papa, ¿por qué experimento este rechazo hacia él?”, “¿incumplo el obligado obsequio del entendimiento y la voluntad?”, “¿peco de soberbia?”…

Además, la víctima experimenta una culpa difusa por no poder ser un buen fiel católico y, en su sufrimiento, anhela la atonía, se apodera de él la acedia y siente un visceral rechazo por aquellos que critican la situación. Si pudiera regirse con lógica, debería verlos como aliados y atender y sopesar con honestidad las objeciones, pero no puede evitar identificarlos como elementos que avivan el propio desconcierto y culpabilidad. Es similar a lo que experimenta el secuestrado hacia quienes llegan para rescatarlo.

Se trata de una forma de control, estudiada por la psicología, que anula a la víctima y la lleva a la autocensura, a la autodestrucción, y a rechazar la posible salida.

¿Cómo se puede salir de la trampa del doble vínculo? Los psicólogos recomiendan tres pasos básicos: superar el miedo, identificar las contradicciones y buscar ayuda.

Superar el miedo y afrontar la realidad sería el primer peldaño, pero no resulta sencillo autoanalizarse para reconocer los miedos personales que nos atan y nos impiden avanzar en pos de la verdad. Sobre todo cuando nos movemos en el terreno de las convicciones religiosas, casi siempre vinculadas al grupo, a la familia, a la comunidad de la que formamos parte.

Pero resulta fundamental deslindar las creencias profundas de los apegos personales y de los vínculos sociales. De otro modo, en estos tiempos apocalípticos, seremos barridos por la cola del dragón como parte de ese tercio de estrellas que vive pendiente del estático firmamento y no de los sucesos escatológicos que se desarrollan ante sus ojos, de la persecución que sufren la Mujer y su Hijo.

Afrontar la realidad es tarea básica del católico, pues en ella está la verdad. Y solo cumpliendo con esta vocación, con valentía y determinación, podrá identificar esas contradicciones que podrían atraparlo y disipar así la situación de confusión. Y, en cualquier caso, antes de caer en la desesperanza y la desafección, debemos buscar ayuda, primero en Dios y también en personas con criterio. Hay que rezar y no dejar de pedir esa ayuda divina que nunca nos es negada cuando buscamos con corazón humilde y sincero.

Católico dormido: ¡despierta! Bergoglio no es ni puede ser Papa.

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