Sostiene este artículo recién publicado que los primeros Estados no surgieron solo por la aparición de la agricultura —que existía desde hacía milenios—, sino porque ciertos cultivos, especialmente los cereales, crecen a la vista, maduran de forma simultánea y pueden almacenarse durante años, lo que facilitaba que una minoría dirigente vigilase las cosechas y se apropiase de una parte. Este robo organizado pasó a llamarse «impuestos» y para contabilizarlos se inventó la escritura, luego pasaron algunas cosas más en el mundo y finalmente llegaron las balizas V16 con las que Hacienda recaudará 300 millones de euros. Cuando llegue el momento de apoquinar recuerden al verdadero culpable de todo: el trigo, el arroz y el maíz.
¿Cómo aquella primigenia élite gobernante pudo imponer su voluntad apropiándose sistemáticamente de parte de lo que otros cultivaban con esfuerzo? Para entenderlo tendremos que recurrir al politólogo italiano Gaetano Mosca que, según nos explicaba en Elementos de la ciencia política: «en sociedades bastante populosas que han alcanzado cierto nivel de civilización, las clases gobernantes no justifican su poder exclusivamente por la mera posesión de facto del mismo, sino que intentan encontrar una base moral y jurídica para él, presentándolo como la consecuencia lógica y necesaria de doctrinas y creencias generalmente reconocidas y aceptadas. Así, si una sociedad está profundamente imbuida del espíritu cristiano, la clase política gobernará por la voluntad del soberano, quien, a su vez, reinará porque es el ungido de Dios. Del mismo modo, en las sociedades mahometanas la autoridad política se ejerce directamente en nombre del califa, o vicario, del Profeta, o en nombre de alguien que ha recibido investidura, tácita o explícita, del califa. Los mandarines chinos gobernaban el Estado porque se suponía que eran intérpretes de la voluntad del Hijo del Cielo, quien había recibido del cielo el mandato de gobernar paternalmente».
A estos lemas y consignas, creencias colectivas expresadas reverencialmente con gran pompa, George Sorel los llamó «mitos», Althusser «ideologías» y el propio Mosca los denominó «fórmulas políticas», aclarando que «aun así, eso no significa que las fórmulas políticas sean simples patrañas ingeniosamente inventadas para inducir a las masas a obedecer. Quien las viera de ese modo incurriría en un grave error. La verdad es que responden a una necesidad real de la naturaleza social del ser humano; y esta necesidad —tan universalmente sentida— de gobernar y saber que se es gobernado no sobre la base de la fuerza material o intelectual, sino sobre la base de un principio moral, posee sin duda alguna una importancia real y práctica».
Ahora bien, es fundamental comprender que tales fórmulas se reinventan cuando cambia la élite dirigente. Aquellas que dejan de tener el respaldo del poder se vuelven risibles, como el Mago de Oz cuando el perrito descorre la cortina que lo ocultaba. De las actuales resulta anatema su cuestionamiento y se hace, si acaso, en círculos íntimos, en confidencia con algún amigo acodado en la barra del bar: «mira, a mí todo esto del feminismo…». A tal respecto resulta aguda esta observación de Neema Parvini: «¿Por qué el islam es tan poderoso y el cristianismo es tan débil cuando el cristianismo tiene más creyentes alrededor del mundo? Porque el islam es respaldado por el poder de la espada tanto a nivel estatal como sobre el terreno». La idea liberal de la separación Iglesia/Estado terminó siendo letal para la primera, de manera que la resistencia que hubo en la España del siglo XIX a su implantación indica que nuestros antepasados algo se barruntaban con acierto, aunque el clima intelectual dominante ahora, obediente a otro mandarín, los desdeñe como brutos reaccionarios.
Entonces, ¿cuál es la vigente fórmula política que exige idolatría? Podríamos definirla genéricamente como la agenda progresista. Si buceamos en los informes y proclamas de las diferentes instituciones europeas pronto percibiremos un término que se repite maniáticamente: «sostenibilidad». Da igual que se hable de agricultura, investigación científica, educación o empleo, todo tiene que ser resiliente, inclusivo, verde, ecológico, aminorar la huella de carbono y, sobre todo, sostenible. Se diría que es el cambio climático el mito sobre el que se quiere sustentar la construcción europea, pues si atendemos a las palabras de la Comisión «la lucha contra el cambio climático, con el 30% de los fondos de la UE, el mayor porcentaje en la historia del presupuesto europeo». No sé si llegamos a ser conscientes de la inmensa cantidad de dinero que esto supone, el sacrificio que se nos demanda para que dentro de un siglo haya (o no, a saber…) medio grado de temperatura menos. Ninguno de nosotros estaremos allí para comprobarlo, pero la divisa del régimen nos reclama fe y proscribe todo cuestionamiento mientras nos requisa la mitad del grano como tributo para aplacar la cólera de los dioses del clima.
Ya situándonos en España, más concretamente, compartimos similares fetiches (qué remedio), si bien desde 2004 la llegada de Zapatero al poder supuso la aprobación de la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra a la Violencia de Género, que contó con el voto unánime de todo el arco parlamentario. De todas las miasmas mediáticas y culturales que acabó generando ya hablé en su día en este artículo y, en fin, todos hemos sido testigos. El uxoricidio pasó a ser interpretado como un acto de terrorismo ideológicamente motivado (aunque quien lo perpetre nada tenga contra el conjunto de las mujeres) y las declaraciones de los dirigentes políticos hablaban enfáticamente contra el machismo y el maltrato como si encabezaran a la nación en un esfuerzo bélico. Los Presupuestos del Estado se desbordaron de partidas dirigidas hacia Institutos de la Mujer, concejalías de la Mujer, observatorios de la Mujer, subvenciones a asociaciones de mujeres y publicidad institucional (llegó a haber señales de tráfico viogen). Vía libre, tonto el último en trincar. O, mejor, «tontx él/la/lo últime».
El adoctrinamiento educativo y mediático resultó incesante, la movilización en las calles masiva incluyendo huelgas generales, así que ahí estaban los (y sobre todo las) periodistas ganándose su mísero sueldo tratando de encontrar nuevos enfoques con los que denunciar la opresión de las mujeres a cargo de los hombres en las letras de las canciones, la serie de moda del momento, las frases hechas, las posturas que usamos al sentarnos… Las luchas simbólicas son más agradecidas que aquellas contra problemas reales porque su alcance resulta meramente subjetivo.
Por encima de todo ello, como clave de bóveda del nuevo régimen nacional-genérico, los tribunales de excepción para hombres aplicando una legislación aberrante que castiga distinto un delito según el sexo y dinamita la presunción de inocencia. Una ley que según Alfonso Guerra el Tribunal Constitucional consideraba inconstitucional pero no se atrevió a declararlo «¿Porque tú sabes qué presión teníamos?». Pues bien, es en ese ámbito donde ha hecho carrera Teresa Peramato, la próxima fiscal general del Estado escogida por el Gobierno. Tratará así de disimular el bochornoso episodio contemplado respecto al anterior fiscal recién dimitido. Es, además, la autora en 2013 del libro Desigualdad por razón de orientación sexual e identidad de género, homofobia y transfobia (quiso tocar todos los palos de la agenda progresista, va sobre seguro)yadmite que este nombramiento es un «reconocimiento tiene mucho que ver con mi trayectoria profesional en la lucha contra la violencia de género y por la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. La discriminación sigue siendo una realidad, y la violencia de género es, sin duda, la manifestación más grave de esta desigualdad. No sé si soy un referente, pero sí puedo decir que llevo más de la mitad de mi carrera dedicada a esta causa».
En definitiva, otro logro del autodenominado «Gobierno más feminista de la historia», porque las cosas son siempre susceptibles de empeorar… Afortunadamente cada vez menos gobernados siguen tomándose en serio esta fórmula política/mito/ideología, como un hechizo que perdida su magia se convierte en mero trabalenguas, y sin ella la actual élite dirigente, inevitablemente, caerá.

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