Arzobispo Viganò. Homilía en la Octava de Navidad. Que tu hablar sea sí, sí, no, no. Todo lo demás viene del maligno

 


HOMILIA

en la Octava de la Santísima Navidad

El 1 de enero coincide con la Octava de Navidad, cuya liturgia se centra en la circuncisión del Señor y en la divina Maternidad de María Santísima, proclamada por el Concilio de Éfeso en el año 431 Deipara, en griego Theotokos, o Madre de Dios. Antiguamente se celebraban dos Misas en este día, una de la Octava y otra en honor a la Virgen Madre. Más tarde, el recuerdo de la celebración mariana permaneció en la postcommunio y en la estación de Santa María en Trastevere.

En la Encarnación, el Verbo de Dios se hizo carne, haciendo fecunda la virginidad integral de la Santa Madre del Redentor. El Verbo se hace cuerpo –Verbum caro factum est– engendrando al Emmanuel en el seno de la Virgen, por obra del Espíritu Santo. Y será llamado, como dice la Escritura en la profecía de Isaías,  Consejero admirable, Dios fuerte, Príncipe de la paz, Padre del siglo venidero, Angel del gran concejo (Is 9, 6). También el Arcángel, al llevar el anuncio a María, le dice: “He aquí que concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado el Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará para siempre sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin (Lc 1, 31-33). Con la circuncisión, se le impone Su Nombre: Jesús, Dios salva.

Ponerle el nombre significa definir a la persona o la cosa en su esencia. Y esta es la prerrogativa de la Santísima Trinidad, del Dios Uno y Trino que se manifiesta revelando Su Nombre. En el acto creador, el nombre designa la creación misma: Hágase la luz. Y se hizo la luz (Gn 1, 3). Y llamó a la luz día y a las tinieblas noche (Gn 1, 5); llamó al firmamento cielollamó tierra a lo seco y mar a la masa de las aguas (Gn 1, 10). Habiendo decretado Dios que el hombre fuese a su imagen y semejanza (Gn 1, 26) y que dominara la tierra, Él permite a Adán participar de alguna manera en el acto creador permitiéndole dar un nombre a los animales: Entonces el Señor Dios formó de la tierra toda clase de animales salvajes y todas las aves del cielo, y los trajo al hombre,  para ver cómo los llamaría: cualquier cosa que el hombre llamara a cada uno de los seres vivientes, ése sería su nombre (Gn 2, 19). El nombre expresa la realidad y la define: por eso la Palabra es santa, y por eso el nombre de Dios es santo y terrible –como recita el Salmo (Sal 111, 10)– porque es la Palabra de Verdad. Por eso los sacramentos tienen materia, intención y forma, es decir, la palabra sacramental: yo te bautizo, yo te absuelvo, yo te confirmo  son palabras que hacen realidad lo que dicen y significan.

Dentro de pocos días celebraremos la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús,  para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua proclame —también aquí la palabra proclamada, pronunciada— que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2, 10-11). En el Nombre de Jesús el diablo es echado fuera: porque el Nombre hace presente al que lo lleva, y la Verdad hace evidente la mentira de la misma manera que la Luz disipa las tinieblas. Creador y criatura están de alguna manera unidos por la palabra: Ecce, venio dice la Sabiduría en la eternidad del tiempo. Fiat mihi secundum verbum tuum, responde la Sede de la Sabiduría, María Santísima. Y ese cuerpo bendito que por obediencia asume la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en la unión hipostática comienza Su camino hacia la Pasión desde la cuna, enfrentando los rigores del invierno en una gruta; y poco después, siempre por obediencia, el Santo Niño derramará las primeras gotas de sangre en el rito de la circuncisión, en el que está prefigurado.

En este nuevo año civil, que desde hace 2025 años se cuentan años a partir del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, quisiera que reflexionáramos sobre la importancia de la palabra: la Palabra de Dios, en la que se conserva el sentido de nuestra vida eterna; y la palabra con la que nos comunicamos y nos expresamos, la cual cuida el sentido de nuestra vida cotidiana.

La Revolución, matriz satánica de este mundo rebelde y hostil al Verbo Encarnado, sabe bien que al cambiar las palabras también muta su significado. Esta es la razón por la cual la mentira de la antigua Serpiente usa un lenguaje falso y engañoso. Esta es la razón por la que los siervos del Maligno ocultan sus engaños detrás de palabras que sólo son aparentemente inofensivas. Es la  neolengua  orwelliana que llama salud reproductiva al horrendo crimen del aborto, a la mutilación transición de género, al vicio y a la transgresión libertad, a la destrucción de la Creación pacto verde, al l exterminio de la humanidad cero neto, y al reemplazo étnico inclusión.

Y si hasta hace algunas décadas la Santa Madre Iglesia supo oponerse a esta subversión repitiendo inmutable la eterna y verdadera Palabra de Dios y utilizando el lenguaje propio de la Fe y de la Moral, hoy una Jerarquía corrupta muestra su traición de la misma manera, manipulando el lenguaje, anulando así la Palabra de Dios (Mc 7,  12). Llama sinodalidad a la destrucción de la constitución divina de la Iglesia y a la manipulación del papado, diálogo ecuménico a la renuncia a la evangelización y a la conversión,  presencia real a los pobres, acogida a la legitimación del pecado.

La Palabra de Dios es palabra de Verdad. No se limita a resonar en la eternidad, sino que se hace carne y alimento, se inmola en la Cruz para que el Verbo proclame la gloria del Padre, nos rescate de la mentira de Satanás y en este camino terrenal nos preserve de la falsedad y de los engaños del mundo, de la carne y del diablo.

Chiamiamo dunque le cose con il loro nome: virtù la virtù, vizio il vizio; memori del monito della Sacra Scrittura: Guai a coloro che chiamano bene il male e male il bene, che cambiano le tenebre in luce e la luce in tenebre, che cambiano l’amaro in dolce e il dolce in amaro (Is 5, 20). Sia dunque il vostro parlare Sì sì, no no: tutto il resto viene dal Maligno (Mt 5, 37). E così sia.

Permanecer fieles a la Palabra de Dios significa permanecer fieles al Evangelio, a la doctrina, a la Tradición, a la Misa de todos los tiempos, en la que las palabras, pronunciadas en el idioma sagrado de la Iglesia, mantienen intacto su significado y lo comunican inequívocamente, de la misma manera que la luz brilla en las tinieblas. Permanecer fieles a la Palabra de Dios, es decir, a Dios mismo, significa saber responder a la palabra con la palabra, como hizo María Santísima cuando acogió el saludo del arcángel Gabriel.

Llamemos, pues, a las cosas por su nombre: virtud a la virtud, vicio al vicio; teniendo presente la admonición de la Sagrada Escritura: ¡Ay de los que llaman bueno a lo malo y malo a lo bueno, que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas, que cambian lo amargo en dulce y lo dulce en amargo (Is 5, 20). Por lo tanto, que tu palabra sea Sí, sí, no, no: todo lo demás viene del Maligno (Mt 5, 37). Y que así sea.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

In Circumcisione Domini

Octava Nativitatis

 

 

 

 

 

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