90 años de la tentativa golpista del PSOE

 

Muchos meses antes, los socialistas habían manifestado públicamente sus propósitos insurreccionales y revolucionarios

“Si alguien quiere entregar el Poder a las fuerzas reaccionarias, el pueblo español estará en el deber de levantarse revolucionariamente (Ovación que se repite tres veces)”.

Así, entre vítores y aclamaciones de fieles y militantes socialistas, Indalecio Prieto (en la foto junto a Alcalá Zamora, entre otros) amenazaba la convivencia de los españoles el 28 de noviembre de 1933 (Cine Europa, Madrid), es decir, en el momento en el que se empezaban a conocer los primeros resultados fiables de las elecciones a Cortes celebradas unos días antes, el 19, que darían la victoria final a las derechas (CEDA de Gil Robles). El PSOE iniciaba en aquellos días el camino hacia un abismo al que iba a precipitar a millones de españoles.

No se puede afirmar, por tanto, que el Partido Socialista se levantara en armas en aquel lejano octubre de 1934 con la “excusa”, sin duda peregrina, de que tres miembros del partido mayoritariamente elegido en las urnas, la CEDA, hubieran sido nombrados por el Jefe del Estado (Alcalá Zamora) para formar parte de un nuevo Gabinete (4 el octubre de 1934), esencialmente lerrouxista. Existen innumerables documentos que nos demuestran que, en los meses precedentes, incluso más de un año atrás, el PSOE ya hablaba pública y abiertamente de sus deseos de implantar por la fuerza un régimen de corte socialista y totalitario.

Así, más que hacer un desarrollo pormenorizado de la tentativa golpista, dedicaremos estas líneas a demostrar que fue un golpe absolutamente premeditado que poco tenía que ver con la composición de aquel gobierno de octubre de 1934. Vamos a ir paso a paso, iniciando nuestro camino trece meses antes del golpe, en septiembre de 1933.

En aquel mes, cuando caía el Gobierno Azaña y era nombrado otro de carácter interino con Alejandro Lerroux de Presidente, ya encontramos numerosos y elocuentes testimonios de la nula aceptación por parte de los más significados dirigentes socialistas de los principios elementales del Estado de derecho, algo que, repito, echa por tierra las más conocidas deformaciones llegadas hasta nuestros días. Veamos.

A las pocas horas del nombramiento del Gobierno lerrouxista, 13 de septiembre, ya encontramos editoriales y artículos en el órgano del partido, El Socialista, que demostrarían que el gabinete formado por elementos del centro-izquierda republicano no era del gusto del PSOE; se hacía crecer dentro del partido una corriente favorable al recurso a la fuerza para derribar todo aquello extramuros de su ideario. Pocos días más tarde, el 19 de septiembre, se celebraba el Comité Nacional del partido y así titulaba su editorial El Socialista un día después:

“Nuestra consigna. Una llamada al combate”.

La postura frentista que adoptaba el partido era ya clara, su apuesta por un régimen de corte socialista y totalitario recibía bulliciosos aplausos en el mismo Comité Nacional, y bueno es recordar un testimonio impagable de su líder, Largo Caballero, del 8 de febrero de 1930, un año antes de la proclamación de la República; reitero, impagable:

«…Nosotros queremos la República; pero tengan en cuenta que la República inmediatamente no es el socialismo. Nosotros la queremos para después, naturalmente, cumplir con la obligación, haciéndola derivar hacia la tendencia socialista».

Por mucho que se insista en lo contrario, el Partido Socialista dejó siempre muy clara su idea de la República, un mero transito hasta su derivación final en un régimen de corte socialista, soviético. Por tanto, un partido burgués y liberal, aunque en la esfera de la izquierda republicana, como el partido Radical, no era del gusto de los militantes y próceres del socialismo; así, el nombramiento del gobierno lerrouxista en septiembre de 1933 desataría los más furibundos ataques. De hecho, una de las conclusiones finales de aquel Comité sería dar por finiquitado la colaboración del socialismo con los partidos republicanos, una medida de presión para acelerar su decidido propósito de instaurar un régimen de corte socialista, imposible con la colaboración del elemento burgués republicano, fuera de izquierdas o conservador.

Para ilustrarlo, traigo uno de los puntos que se acordaron aquel día de septiembre en el Comité nacional del partido, el quinto:

“Su fe inquebrantable en los altos fines del Partido Socialista, su resuelta decisión de defender la República contra toda agresión reaccionaria y su convicción de la necesidad de conquistar el Poder político como medio indispensable para implantar el Socialismo».

Como apunté anteriormente, los testimonios de ese propósito de imponer a toda costa su sañuda y retorcida voluntad eran ya muchos cuando aún restaban trece meses para el estallido final de la revolución, un golpe que se planeaba y justificaba sin que las derechas hubieran hecho un mínimo acto de presencia, no ya en el Gobierno, sino en el propio parlamento republicano (no se habían celebrado las elecciones y la CEDA no tenía representación parlamentaria alguna).

En aquellos intensos y agitados días de septiembre de 1933, no podía faltar la intervención amenazante del más habitual y reconocible en estas lides, Largo Caballero:

«Tan trascendental es el momento, que el Partido Socialista y la clase obrera tienen que prepararse seriamente para la lucha».«Hay que hacer cara resueltamente a los acontecimientos. No podemos esperar para hacer la revolución a que la totalidad de la clase obrera esté educada».

El más alto prócer socialista llamaba a sus masas a estar preparadas para la lucha, con el fin de hacer la revolución; el delito había sido nombrar un gobierno que, siendo inequívocamente republicano, era de marcado tinte burgués, el ala más liberal del republicanismo de la época, una circunstancia muy alejada de los apetitos marxistas y sovietizantes de los dirigentes más representativos del PSOE.

Meses antes de que las derechas hicieran acto de presencia en el parlamento republicano (diciembre de 1933, tras las elecciones a Cortes de noviembre) el líder socialista, como tantos otros militantes y dirigentes, apostaba por una lucha a la que invitaba a participar a sus masas para establecer un régimen socialista. Luego la teoría de que el golpe de octubre fuera consecuencia del nombramiento de tres ministros de la CEDA no se sustenta; trece meses antes, lo dictaminado en el Comité Nacional del Partido Socialista y lo expresado por algunos de sus más relevantes dirigentes demuestran que el PSOE ya se había “echado al monte”.

Tampoco los intentos de Lerroux y su gobierno de abrir y extender la República a todos los españoles eran bien vistos por un socialismo revolucionario que entendía que la República no podía dar ningún tipo de facilidades a quienes no comulgaran con su ideario. Por tanto, fuera se quedaban también los más tradicionales y genuinos republicanos, aquellos que durante tantos años y tan bravamente habían peleado para traer la República a España. El Partido Socialista, en aquel mes de septiembre, rechazaba una República para todos.

En efecto, durante los siguientes meses podemos encontrar múltiples testimonios de militantes y diputados socialistas alardeando, sin disimulo alguno, de los propósitos insurreccionales de su partido; algunas de estas manifestaciones se realizaron en la misma sede parlamentaria y están recogidas en el diario de Sesiones del Congreso (de acceso público).

Iniciaba el presente relato con unas manifestaciones de Prieto en el cine Europa de Madrid, finalizando el mes de noviembre de 1933. Bien, unas semanas después, el 20 de diciembre, el mismo Indalecio Prieto, en el debate de investidura del nuevo Gobierno, dejaba muy claros los propósitos del partido y su firme decisión de acudir a la violencia al no reconocer los resultados emanados de las urnas:

«…nosotros sentimos que se ha roto fundamentalmente el compromiso revolucionario que adquirimos con vosotros el año 1.930» (Grandes rumores).

Y aún más, afirmaría que las declaraciones programáticas del que debía ser investido Presidente en aquella sesión de investidura, Alejandro Lerroux, respecto de su propósito de hacer extensible la República a todos los españoles, también a las masas conservadoras;  «…han abierto un periodo revolucionario”, «decimos que sentimos la obligación de defender, por todos los medios, los compromisos que dejamos incrustados, como postulados esenciales de la República, en la Constitución, y decimos que frente al golpe de Estado se hallará la revolución. (Grandes protestas en las derechas, aplausos en los socialistas)”.

«…decimos Sr. Lerroux y señores diputados, desde aquí, al país entero, que públicamente contrae el socialismo el compromiso de desencadenar, en este caso, la revolución. (Gran tumulto con fuertes rumores en las derechas que impiden terminar la frase del Sr. Prieto, correspondidos con aplausos en los socialistas)”.

El prócer socialista se expresaba muy claro respecto a las intenciones de su partido y lo hacía, incluso, antes de que se hubiera concedido el voto de confianza de la Cámara para la investidura de un gobierno que poco tenía que ver con lo que habían votado los españoles un mes antes : una clara victoria de la CEDA de Gil Robles. En efecto, las presiones y coacciones de una buena parte de las izquierdas republicanas, principalmente del PSOE, habían hecho mella en la conciencia del Jefe del Estado, Alcalá Zamora, preso de dudas y miedos ante un panorama sombrío que era en gran parte producto de los miembros de la conjunción republicanosocialista, los mismos que años atrás coaccionaron a las instituciones de la Restauración y de la Monarquía hasta hacerlas caer.

Al igual que sucediera en septiembre, las amenazas casi diarias de los diputados y dirigentes socialistas, junto a las violentos y amenazantes editoriales de sus principales órganos de Prensa (El Socialista o Renovación), habían calado en el espíritu público y en la conciencia de las más relevantes magistraturas. Estas preferían adoptar una postura de tibieza y equidistancia ante una vergonzosa coacción sistemática contra el orden constitucional y el ordenamiento jurídico republicano. De resultas de todo ello, el Gobierno nombrado por Alcalá Zamora no incluiría a ningún miembro de la minoría vencedora de las elecciones del mes de noviembre, la CEDA y optaría en su mayor parte por elementos del partido Radical de Lerroux. Ni esta medida de transacción satisfacía los apetitos claramente prorrevolucionarios de los socialistas, que al mes siguiente formarían las bases de un Comité Revolucionario. El Comité estaba liderado, como no podía ser de otra forma, por Largo Caballero, y se creaba con el propósito de liquidar por la fuerza lo decidido en las elecciones de noviembre de 1933 (las primeras en las que participaba la mujer española, recordemos).

Las manifestaciones públicas de distinguidos diputados del PSOE en favor de un movimiento insurreccional fueron múltiples en aquellos tormentosos meses anteriores a octubre (Prieto, Largo, González Peña, Menéndez, Rubio Heredia, Hernández Zancajo, Álvarez del Vayo, etc); así, finalizo el presente relato con una de las más sonadas intervenciones de Indalecio Prieto, del 7 de Febrero de aquel año:

«…dijimos que frente a la dominación de los enemigos del régimen, al golpe de Estado, a la vulneración de la Constitución, a la destrucción de aquello que para nosotros es un mínimo, y que aspiramos a ampliar, contra ese movimiento se encontrará la revolución”; y que cuando se rebasen esos límites constitucionales, «el deber, sean cualesquiera los peligros con los que Su Señoría amenace»; «…frente al ímpetu y a la traición que destruyan y aniquilen las esencias constitucionales y cierren al proletariado el camino de su rendición, nuestro deber, repito, es la revolución, con todos los sacrificios, con toda la tristeza y amargura de los castigos  con que Su Señoría nos conmina (Aplausos)”.

Concluyendo, y como ya he referido anteriormente: no, no fue la inclusión de tres ministros de la CEDA en un gobierno lo que desató la tentativa golpista del PSOE y nacionalistas en octubre de 1934, fue algo absolutamente premeditado, planeado, deseado durante meses. Sirva un ejemplo final, unas manifestaciones del diputado del Partido Socialista Rubio Heredia, un mes después de las de Prieto, el 7 de Marzo, e igualmente en sede parlamentaria:

«…no creí jamás que tendría que hablar en el Parlamento, por la sencilla razón de que creo poco en la democracia y en el Parlamento” (Rumores)”.

Parece que no pocos de sus correligionarios estaban en la misma sintonía.

 Enrique Navarro

 

 

 

 

 

 

 

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