En las carreteras de Italia hay instaladas más de once mil cámaras de control de velocidad, muchas más que en países como el Reino Unido, que tiene menos de ocho mil; Alemania, con menos de cinco mil; o España, con menos de mil. Ante semejante presión sobre los conductores, que muchos interpretan no como un intento de mejorar la seguridad vial, sino como una forma de incrementar la recaudación, que una persona como Fleximan, que recibe su nombre de la herramienta que utiliza, una sierra radial (flessibile, o simplemente flexi, en italiano) se convierta en una especie de héroe nacional, aparezca en graffitis representado como la Uma Thurman de Kill Bill con su katana en una mano y una cámara de control de velocidad (autovelox, en italiano) en la otra, o que desencadene una operación policial de busca y captura sin g precedentes puede ser hasta razonable, prácticamente justicia poética.
La realidad, obviamente, es que Fleximan es un vándalo, un delincuente que atenta contra unos dispositivos que obviamente reducen la accidentalidad en las carreteras y que, además, con sus acciones, provoca gastos de miles de euros al erario público. Pero en estos casos, eso no es lo importante, sino la irracional felicidad que le provoca a un conductor que en algún momento fue multado ver una cámara de control de velocidad derribada en el suelo.
La otra parte de la realidad, igualmente poética, es que ante la supuesta reivindicación de libertad para los conductores que protagoniza Fleximan, nos dirigimos muy probablemente hacia un futuro completamente diferente: automóviles con su velocidad limitada de fábrica, que pitan de manera insoportable si pretendes rebasarla, o que, sin duda, llegarán en algún momento a auto-registrar el comportamiento de su conductor con las autoridades correspondientes para imponerle la multa en función de las infracciones cometidas. Con vehículos convertidos en ordenadores con ruedas, plagados de sensores y cámaras de todo tipo que lo registran todo, la cuestión es casi trivial, lo que hará de la necesidad de llenar las carreteras de dispositivos medidores algo que, simplemente, ya no procede.
Por otro lado, si todos los vehículos que se venden no pueden, por su diseño, rebasar la velocidad máxima, la única utilidad de las cámaras de control de tráfico es seguir multando a los automóviles vendidos con anterioridad a esa norma, lo que lleva a un juicio adicional: ¿de verdad deben poder circular los automóviles antiguos que no cumplen la normativa actual? ¿Qué sentido tiene que un vehículo de hace veinte años, que no cumple hoy ninguna normativa medioambiental, pase la Inspección Técnica de Vehículos porque sigue cumpliendo los estándares de cuando salió de fábrica? Si esos estándares no cumplen con los mínimos de seguridad para sus ocupantes y, además, contamina como si no hubiese un mañana, ¿no debería ser retirado de la circulación? ¿Por qué tenemos que respirar la basura que emiten vehículos fabricados antes de que supiéramos la importancia de sus emisiones?
La respuesta de muchos es que tienen un supuesto derecho a contaminar o a no ser seguros, algo que me fascina. No, perdona: tu derecho, como en toda sociedad civilizada, termina donde empieza el de los demás, y dado que tu inseguridad o tu contaminación no te afectan solo a ti como propietario del vehículo, sino a todos los que coinciden contigo en la ruta o en tu ciudad, ese supuesto derecho resulta que no lo es. Es más, pretender defenderlo es de un egoísmo insultante y completamente antisocial.
El futuro es que, cada vez más, la conducción deje de ser una actividad llevada a cabo por un ser humano. Sencillamente, porque lo hacemos muy mal, y ahí están las cifras de fallecidos en accidentes de circulación todos los años. Los automóviles pasarán a ser autónomos, propiedad de flotas que los mantienen funcionando a todas horas (en ligar del escaso 3% a 5% que funcionan los automóviles particulares) y que los ofrecen en función de las necesidades de los que los demandan (quiero ir solo, no me importa ir acompañado, quiero ir durmiendo, quiero ir trabajando, etc.) En ese régimen, las multas dejan de tener sentido, porque el código de circulación pasa a depender de código ejecutable.
También es interesante pensar en las consecuencias de ese futuro para las ciudades, en las llamadas «hipótesis cielo» e «hipótesis infierno» previstas por los expertos en urbanismo: en la primera, los vehículos particulares desaparecen en unos años, y las ciudades, sin vehículos aparcados en sus calles, pasan a ser lugares para las personas: sin contaminación, sin atascos, y en los que cada vez que quieres ir a un sitio, simplemente pides un transporte que responda a tus necesidades y lo tienes disponible en pocos minutos. La contrapartida es si el vehículo autónomo alcanza un precio que muchos pueden permitirse, momento en el que veremos ciudades atascadas e invadidas por vehículos vacíos cuyos propietarios los envían a hacer recados, a recoger a los niños, o los ponen a dar vueltas a una manzana en lugar de aparcarlos.
Pero antes de llegar a ese futuro, que genera discusiones complejas sobre la propiedad del vehículo, tenemos que plantearnos, sobre todo, el sentido que tiene que circulen automóviles que no cumplen las normas actuales, simplemente porque «cumplen las deficientes normas que había cuando se fabricaron». Y que, obviamente, generan un problema importantísimo: porque incentivan la existencia de un parque envejecido, inseguro e insalubre muchos de cuyos integrantes solo deberían poder estar en un museo, y porque, por otro, dificultan el progreso de una sociedad que quiere que la tecnología pueda seguir mejorando su seguridad, tanto con respecto al descenso de la accidentalidad, como al de la reducción de emisiones contaminantes. Aunque impongamos que los automóviles emitan cada vez menos, si automóviles de hace veinte años pueden seguir circulando y echando humo como si no hubiera un mañana, los progresos prometidos serán mucho más difíciles de conseguir.
Una discusión muy relevante, y que la sociedad no está teniendo simplemente por falta de madurez. Durante muchos años, un automóvil ha sido uno de los gastos más relevantes de una familia, y con él venían aparejados supuestos sueños de libertad, el presunto derecho a circular con libertad, a aparcar en prácticamente cualquier sitio, y a disfrutar de él todo el tiempo que su mecánica aguantase. La todopoderosa industria del automóvil no nos vendía una máquina, sino una falsa promesa insostenible. Y como tal, la idea de que un automóvil debe poder seguir circulando toda la vida aunque incumpla normas ya no medioambientales o de seguridad, sino de auténtico sentido común, debería terminar. Es la única forma de permitir que el progreso de la tecnología pueda ofrecernos las ventajas – esas sí, para todos de verdad – que tiene la capacidad de llegar a ofrecer.
Manifestación motorizada con vehículos contra las prohibiciones de Madrid 360 y la Ordenanza de Movilidad Sostenible del ayuntamiento de #Madrid #MadridCentral #libertaddecirculacion #Madrid360 #ZBE #MadridTotal
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