Anque el desastre del 98, con la pérdida de nuestros últimos territorios en Ultramar, se ha querido justificar diciendo que mandamos viejos navíos de madera a combatir contra los modernos de una joven nación en expansión como la estadounidense, en realidad no todos los navíos eran de madera y los cañones tenían alcance.
El diplomático español Fernando Olivié, en su libro "La herencia de un imperio roto. Dos siglos en la historia de España", escribe respecto a Hispanoamérica: "…no hay que olvidar que Inglaterra y los Estados Unidos fueron los inspiradores, protectores y proveedores en dinero, armas y hombres, de los caudillos rebeldes, más o menos clandestinamente mientras se luchaba contra Napoleón y abiertamente después… lo que no pudo la fuerza militar y naval anglosajona en 11 guerras directas contra el Imperio durante tres siglos, lo consiguió la "diplomacia" inglesa (y estadounidense) en 17 años", fundamentalmente mediante la "agresión indirecta" y la Masonería.
Con un Ejército español en Cuba de 200.000 efectivos (de ellos, más de 40.000 voluntarios), con experiencia en combate, el US Army, con sólo 28.000 efectivos disponibles, no era enemigo para nosotros. Y en tanto la US Navy superaba a nuestra Armada en algunos aspectos, en otros estaba en desventaja.Con evidencias como las del Jefe de Estado Mayor del Ejército de Cuba, el General Pando, negociando en Tampa (Florida) con los estadounidenses la paz el mismo día del inicio de la guerra, es decir, la rendición antes de combatir, en vez de dirigir en Cuba a su Ejército. O que el mismo día, el Capitán de Navío Ruiz del Arbol, Jefe de la Estación Naval de Matanzas (Cuba), desertara de su puesto marchándose a los EEUU con una "carta cifrada" y al ser identificado como un oficial de la marina española, "detenido" casualmente en Cayo Hueso, sede del Centro de Operaciones de la Inteligencia Naval estadounidense y, tras el armisticio, en España no aplicársele el código penal militar por presuntos delitos de deserción, espionaje o traición.
O el suicidio del Coronel de Artillería Mariano Pena, Jefe del Regimiento de Plaza de Manila, al que no se le autorizó a abrir fuego contra los navíos estadounidenses, o los propios comentarios del Almirante Dewey, al mando de la flota de EEUU que atacó Manila: "nos pareció casi incomprensible que las baterías de Corregidor, Caballo y Restinga fallaran contra nuestros barcos, y que durante el combate de Cavite los torpederos españoles no hicieran un intento de torpedear nuestras naves". O el dejar desembarcar a los estadounidenses en Daiquiri y Siboney, a 25 y 16 Km de Santiago de Cuba respectivamente, sin oposición alguna.
O unas fuerzas españolas en Puerto Rico, comparables a las expedicionarias yanquis, que no opusieron resistencia a su avance, abandonando a los puertorriqueños en la defensa de nuestra soberanía. O lo más grave, el relevo de los principales mandos militares de valía antes del comienzo de las hostilidades por otros, casualmente masones.Este cúmulo de despropósitos, con evidencias muy claras, sólo pudo ser consecuencia de un plan cuyo objetivo final era la rendición pactada, fruto de batallas "amañadas" para salvar las apariencias y en las que Oficiales que combatieron eficazmente, acabaron procesados como el caso del Teniente Coronel Puig en Puerto Rico, que no tuvo otra salida que el suicidio.
Es evidente que mientras España estaba muy alejada de Cuba y mucho más de Filipinas, EEUU sólo estaba a 200 km de Cuba y a la mitad de distancia de Filipinas, por lo que a largo plazo tenía todas las de ganar, pero no era seguro que a corto venciera. Una estrategia de ataque a sus costas y comercio nos pudo haber facilitado el llegar a un acuerdo razonable.
Y también es evidente el interés británico, entonces potencia mundial hegemónica en el mar, en una derrota española rápida y completa, sustituyendo una "dying nation" (España) por una "living nation" (EEUU), jugando un papel esencial en ello la subordinación de la masonería española a la inglesa, con una cúpula política y militar de masones. Las evidencias son más que suficientes para justificar que el desastre del 98 se decidió en las logias inglesas, asumiendo las españolas las tesis de nuestros propios enemigos. Teníamos serios problemas logísticos, como la ausencia de escalas apropiadas de carboneo para los navíos, o la falta de arsenales para su reparación en Cuba y Filipinas, pero algo más pudimos hacer de haber tomado otras decisiones.
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NAPOLEÓN, un peón Rothschild para acabar con el Imperio español
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