El gran secreto: ¿Por qué Suiza protege a cada uno de sus 9 millones de residentes bajo tierra?

 

 

Es el único país que garantiza por ley una plaza en un refugio a cada ciudadano, incluso los extranjeros.

La red subterránea más completa del mundo

El mundo vuelve a mirar con recelo al horizonte geopolítico y cada vez que se habla de bombas nucleares los ciudadanos empiezan a mirar de reojo posibles refugios. Suiza se presenta como una rareza: un país de apenas nueve millones de habitantes que cuenta con más de 370.000 búnkeres nucleares, suficientes para albergar a toda su población. No es un capricho reciente ni una reacción apresurada a la invasión de Ucrania. Es el resultado de una cultura profundamente arraigada de autoprotección civil que lleva más de seis décadas desarrollándose en silencio.

Ley de 1963: protección garantizada para todos

La construcción de refugios empezó a tomar forma legal en 1963, cuando el Gobierno suizo impuso que toda nueva edificación debía contar con un refugio antinuclear o, en su defecto, contribuir al mantenimiento de uno público. El resultado: hoy Suiza es el único país del mundo que garantiza por ley una plaza en refugios a cada ciudadano, incluidos los extranjeros residentes. Ni Suecia ni Finlandia, países con políticas similares, llegan a ese nivel de cobertura total.

 

Este sistema no es solo una infraestructura física. Es también una declaración ideológica. Según el historiador Daniel Jordi, director federal de Protección Civil, durante décadas muchos suizos (e incluso políticos) pensaban que estos refugios eran innecesarios. Pero todo cambió tras la invasión rusa de Ucrania. De pronto, los suizos comenzaron a preguntar en qué búnker les tocaría refugiarse, si deberían almacenar yodo o alimentos no perecederos, y si sus sistemas de ventilación seguían operativos. La cultura de la prevención, que parecía olvidada, volvió con fuerza.

Sonnenberg: autopista convertida en megabúnker

El ejemplo más icónico es el Sonnenberg, un gigantesco complejo bajo la ciudad de Lucerna. Concebido en 1971, incluía un tramo de autopista convertido en refugio para 20.000 personas. En caso de ataque nuclear, el tráfico se detendría, las entradas del túnel se sellarían con puertas de 350 toneladas, y los civiles se instalarían en literas, con raciones de emergencia y baños secos. Un ensayo en 1987 reveló que, en la práctica, era imposible preparar todo a tiempo: solo se montó una parte de las camas y una de las puertas ni siquiera pudo cerrarse. Desde entonces, la capacidad fue reducida a 2.000 personas, y hoy el complejo funciona como museo.

Más que refugios: cultura y diplomacia preventiva

El mantenimiento de estos refugios es constante. Los sistemas de ventilación, con una vida útil de unos 40 años, neutralizan los efectos de radiación, armas químicas o biológicas. Los refugios pueden ponerse en marcha en menos de cinco días. Durante la Guerra Fría, sirvieron incluso para ensayos de bandas, salas de pintura o bodegas. En la actualidad, varios se utilizan como albergues temporales para refugiados o personas sin hogar. Es una infraestructura viva.

Desafíos logísticos y críticas actuales

La inversión no es poca y cada puesto individual cuesta entre 1.400 y 3.000 francos suizos, dependiendo de la capacidad del refugio. Aun así, los costes han sido absorbidos en gran parte por promotores inmobiliarios y propietarios. Las autoridades suizas argumentan que no es más caro que el seguro médico obligatorio, y que tiene el mismo objetivo: proteger la vida.

¿Funcionan en una guerra nuclear?

Ahora bien, ¿funcionarían en caso de una guerra nuclear real? La respuesta es compleja. Si bien un refugio puede proteger de la radiación y de la caída radiactiva durante días o semanas, no resistiría un impacto directo de un misil nuclear. Además, la logística de evacuar a personas mayores, pacientes hospitalarios o ciudadanos que estén lejos de su zona asignada plantea dudas razonables. El estrés psicológico y la convivencia forzada también son factores críticos. No hay preparación perfecta.

Algunos críticos señalan que esta infraestructura genera una falsa sensación de seguridad, y que el dinero invertido estaría mejor destinado a medidas preventivas como la diplomacia o la reducción de armas nucleares. Otros, sin embargo, consideran que tener un plan B nunca está de más.

Lecciones para la era de los conflictos modernos

Desde el exterior, el modelo suizo genera fascinación, pero también preguntas. ¿Y si esta mentalidad de protección permanente alimenta la lógica del conflicto, al hacer ‘viable’ la supervivencia tras un ataque nuclear? No es una inquietud nueva. Ya en los años 80, movimientos pacifistas lo denunciaban. Y sin embargo, la respuesta suiza ha sido clara: “Mejor tenerlo y no usarlo”.

Con el regreso de las guerras convencionales en Europa y el aumento de tensiones globales, la “cultura de la preparación” suiza ha recobrado legitimidad. En contraste con países como Alemania, donde solo el 3% de la población tiene acceso a un refugio, o Austria, que nunca construyó una red similar pese a su cercanía a la Cortina de Hierro, Suiza ofrece una lección de anticipación que ahora muchos miran con otros ojos.

Los suizos lo reconocen: lo ideal es que estos refugios nunca tengan que usarse. Pero si alguna vez llega el peor escenario, al menos tendrán una puerta de acero esperando bajo tierra.

Óscar Ruiz  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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