Españoles olvidados Don Juan Agustín Agualongo Cisneros el León de Pasto

 


Juan Agustín Agualongo Cisneros (1780 – 1824) el héroe indígena de la Hispanidad caudillo de Pasto que hizo frente a los anticristos ascendió por méritos propios de soldado a General de Brigada del ejército español y ​que durante trece años combatió a los ejércitos separatistas en la mal llamada guerra de independencia, en Nueva Granada (actual Colombia). Símbolo de esperanza de un pueblo defraudado, sus fuerzas se batieron contra las del propio Simón Bolívar en la Batalla de Ibarra, en 1823.

Agustín Agualongo nació en San Juan de Pasto, Nueva Granada (actual Colombia) y hasta la guerra no había tenido ningún interés ni contacto con el ejército. De niño había estudiado pintura al óleo y esa era su dedicación. De aquella etapa se conserva un cuadro de su obra, “La huida a Egipto“, de temática religiosa que se encuentra en el Monasterio de las Hermanas Conceptas, en Pasto, su ciudad natal. Se sabe que se casó en el año 1801 y tuvo una hija al año siguiente y poco más se sabe de su vida hasta que estalló la guerra en Hispanoamérica.

En 1809 los separatistas de Quito se hicieron con la ciudad y desde allí comenzaron su guerra para imponer la separación con España, pues sino era por las armas, la mayoría de la población estaba en contra del delirio “Libertador”. La guerra llegó al sur de la región de Pasto en octubre pero los rebeldes fueron derrotados sin la necesidad de una gran movilización, por lo que Agualongo continuó dedicado a sus labores.

Pero en 1811 la fiebre independentista vuelve a atacar la región con más fuerza y en marzo Agualongo decide alistarse en la Tercera Compañía de las Milicias de Pasto. En su ficha alega ser pintor al óleo y luchar para “servir en nombre del rey”. Bajo el mando del coronel Basilio García tuvo su bautismo de fuego el 21 de septiembre durante la defensa de la ciudad de Pasto, contra el ejército separatista que consiguió hacerse con la ciudad. Pese a la inicial derrota, el ejército realista siguió hostigando a los separatistas hasta que consiguieron echarlos de la ciudad el 12 de mayo de 1812.

Ascendido a cabo segundo, su siguiente ascenso fue tras la batalla en Catambuco el 13 de agosto de 1812, al derrotar a las tropas del norteamericano Alejandro Macaulay. Por esta acción fue ascendido a sargento segundo. En 1813 participó de nuevo en combate en el Valle del Cauca, pacificando esa región. Al año siguiente, en 1814, de nuevo la ciudad de Pasto sufre una ofensiva de las tropas separatistas. Agualongo estaba en la Cuarta Compañía del Primer Batallón de Milicias de Pasto. Según el parte de el teniente coronel, Agualongo destacó en la defensa de Pasto del 10 de mayo (Batalla de los ejidos de Pasto), donde fueron derrotadas decisivamente las tropas separatistas dirigidas por Antonio Nariño, quien fue capturado.

En 1816 siendo subteniente participó en la batalla de la Cuchilla de El Tambo, cerca de Popayán, el 29 de junio. Una importante victoria del ejército realista, mayoritariamente compuesto por mestizos e indígenas, quienes fueron mayoritariamente leales a la continuidad con España y contrarios a la independencia propuesta por Simón Bolívar. Para entonces, Agualongo ya era un destacado hombre de confianza del mando realista y estaba agregado al Virrey de Nueva Granada. 

En 1819, el ejército de Simón Bolívar -compuesto por 2.100 soldados ingleses- se hizo con el control de Bogotá, teniendo que huir el virrey, por lo que Nueva Granada ya no existía, ahora se llamaba Gran Colombia (actuales Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) pero como la independencia había sido impuesta a sangre y pólvora por los “libertadores” en contra de la mayoría del pueblo, aún quedaban muchas regiones que no aceptaban el nuevo régimen.

En 1820 fue enviado a socorrer a la ciudad de Guayaquil (actual Ecuador), derrotando a los separatistas en Huachi, el 22 de noviembre y siendo ascendido a capitán. Un mes después, el 20 de diciembre, vuelve a derrotar al ejército separatista en Verdeloma, por lo que es ascendido a Comandante.

En abril de 1822 estaba en Quito (actual Ecuador) y participó en la batalla de Pichincha, donde el ejército realista sufrió una derrotada (pactada entre masones según algunos), que supuso la derrota y fue hecho prisionero durante unos meses pero logró escapar de la prisión junto a otro compañero de armas y regresó a Pasto, su ciudad natal, que había caído en manos de los separatistas en junio de aquel año.

El 28 de octubre de 1822, a petición popular, Agustín Agualongo y otro teniente coronel llamado Benito Boves, se declararon rebeldes en la Plaza Mayor de Pasto y declararon la guerra “a los enemigos de la religión católica y del rey”. Para aplastar aquella sublevación popular, Simón Bolívar envió un ejército bajo el mando del infame Mariscal Sucre, que fue derrotado por los hombres de Agualongo en Taindalá, el 24 de noviembre. Como había sido una derrota humillante para un “prócer” de la independencia, Bolívar, que ya había mostrado públicamente su visceral odio a los habitantes de Pasto, envió al mariscal Sucre al Batallón Rifles, un regimiento de fusileros ingleses que formaban parte de la Legión Británica, el ejército inglés que el rey de Inglaterra había enviado a Simón Bolívar en 1818.

El Mariscal Sucre, con su batallón británico, derrotó a la milicia de Pasto en batalla de la Cuchilla de Taindalá el 22 de diciembre y en el Guáitara el 23 de diciembre. Sucre entró en Pasto el 24 de diciembre de 1822 y no tuvo piedad. 200 Años después, la matanza todavía está presente en la memoria colectiva de Pasto. Los atroces crímenes cometidos por los hombres de Sucre, se conocen como la Navidad Negra. Los soldados de Sucre saquearon la ciudad, destruyeron archivos públicos, libros parroquiales, asesinaron a más de 400 civiles; hombres, mujeres, ancianos y niños.

“Noche mala en vez de Nochebuena, fue para Pasto la del 24 de diciembre de 1822. Casa por casa la ciudad fue tomada. Los guerrilleros caían por docenas cada minuto. Se vengaron implacablemente; unos rendidos, otros heridos, todos fueron muertos. Familias enteras desaparecieron. Entraron a caballo en la iglesia de San Francisco y mataron a todos los allí refugiados, incluyendo mujeres y niños”

“Colombia ayer, Colombia hoy”

El propio Simón Bolívar en persona ejecutó el genocidio y el 2 de enero llegó a la ciudad. Forzó a 1.000 hombres contra su voluntad para ser enviados a Perú, donde continuaba la guerra. Muchos murieron en en el trayecto por las penurias. También se confiscaron gran cantidad de bienes, hizo un decreto de confiscación de bienes, impuso una contribución de 30.000 pesos, confiscó el ganado y 2.500 caballos para el ejército, y utilizó el llamado “matrimonio cívico”, consistente en lanzar parejas de indios a las aguas del río Guáitara para ahorrar munición. El 30 de enero, Simón Bolívar escribió a su general Santander:

«El famoso Pasto, que suponíamos tan abundante de medios, no tenía nada que valiera un comino; ya está aniquilado sin mucho empeño»

Pero el líder unionista, el mestizo Agustín Agualongo, había huido con otros pocos hombres de la matanza. Encontró refugio fuera de la ciudad en una hacienda de Doña Joaquina Enríquez, una importante mujer de la región que estaba en contra de la separación con España. Allí pudieron recomponer un pequeño ejército de 2.500 hombres, todos mestizos e indígenas, del cual se nombró por unanimidad a Agualongo como jefe militar. Estaban mal armados, con viejos fusiles reacondicionados y otras armas rudimentarias pero pese a ello, el 12 de junio de 1823 derrotaron al ejército de Bolívar en Catambuco y lograron recuperar la ciudad de Pasto, donde a su entrada se ofició un Te Deum y se leyó una proclama que llamaba a los pastusos a:

“armarse de una santa intrepidez para defender la santa causa, vencer a los enemigos y así vivir felices”

 


Agualongo, al frente de 1500 milicianos atacó la Villa de Ibarra pero debido a la inferioridad numérica y militar, tuvieron que huir hacia las montañas perseguidos por el ejército gubernamental y cientos de milicianos murieron en la retirada. Otra vez Simón Bolívar ordenó la venganza sobre la ciudad de Pasto y envió al general Bartolomé Salom con órdenes concretas:

“Marchará a pacificar la Provincia de Pasto. Destruirá a todos los que se han levantado contra la República. Mandará partidas en todas direcciones, a destruir a esos facciosos. Las familias de todos ellos vendrán a Quito, para destinarlas a Guayaquil. Los hombres que no se presenten para ser expulsados del territorio serán fusilados. Los que se presenten serán expulsados del país y mandados a Guayaquil. Se ofrecerá el territorio a las familias patriotas que lo quieran habitar. Las propiedades privadas de estos pueblos rebeldes, serán aplicadas a beneficio del ejército y del erario nacional. Llame Usted al Coronel Flórez para que se haga cargo del gobierno de los Pastos”

Y otra vez Agustín Agualongo se resistió a la rendición. En agosto volvieron a retomar la ciudad de Pasto y de manera bastante humillante para los hombres de Simón Bolívar. El general Bartolomé Salom tuvo que huir y fue capturado un importante oficial que unos años más tarde llegaría a ser presidente de la Republica de Colombia; Pedro Alcántara Herrán, quien de rodillas ante Agualongo suplicó para que no lo fusilara. Agualongo le respondió:

“No mato rendidos”

La historia se repitió varias veces, Pasto fue tomada y retomada por unos y otros en distintas ocasiones, en una guerra de desgaste que llevaban las de perder los hombres de Agualongo, como por desgracia terminó ocurriendo. Tras una batalla en Barbacoas (a 240 kilómetros de Pasto), Agustín Agualongo fue herido en una pierna y tuvo que retirarse de la batalla, no sin antes enviar un mensaje indicando la ruta que iba a seguir y el destino final. Desgraciadamente, el mensajero fue capturado y Agualongo fue capturado en una emboscada, por otro oficial de Bolívar que también años más tarde sería presidente de la Republica.

Agualongo fue enviado a Popayán y junto a otros tres compañeros, fue juzgado por un Tribunal que más que sospechoso se puede llamar farsante. Fue condenado a muerte. Cuentan las crónicas que el asesor jurídico “se separó de la pena capital porque vio que no había materia para aplicarla. Sin embargo, el intendente, ignorando todo derecho, mandó ejecutarla”.

El día anterior a su fusilamiento, se le conmutó la pena de muerte a cambio de jurar fidelidad a la nueva constitución de la república pero Agustín Agualongo era profundamente cristiano y leal a sus ideales, no era hombre de traicionarlos ni a los que había dado su vida ni a los iban a darla por ellos y dijo su frase más recordada:

«Sí tuviese veinte vidas, estaría dispuesto a inmolarlas por la Religión Católica y por el Rey de España»

Vestido con el uniforme de coronel del ejército español y con los ojos descubiertos, murió al grito de:

¡¡¡Viva el Rey!!!

Un día antes de su fusilamiento, llegó a Pasto la real cédula por la cual el Rey de España le confería el grado de general de brigada de los Ejércitos del Rey. 


 

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