Desde el punto de vista del receptor, la estrategia de primar el ‘relato’ antes que la argumentación supone una apuesta clara por el conformismo y la comodidadResulta curioso, aunque tal vez no tanto, que esta forma de valorar la comunicación, de enfrentarse a las cosas, se haya podido imponer al tiempo que circulan abundantemente hipótesis bastante contrarias: que la realidad es compleja, que la información disponible tiende al infinito, o que todo es “relativo”. Desde el punto de vista del receptor, la estrategia de primar el relato antes que la argumentación supone una apuesta clara por el conformismo y la comodidad, una reafirmación de los prejuicios de cada cual sobre cualquier posibilidad que nos arruine nuestra buena y complaciente conciencia. Tal vez lo más curioso del caso es que abunden los relatos que pretenden ser embajadores de alguna supuesta “ciencia”, olvidando la sanísima conseja del gran Feynman, que, por lo pronto, la ciencia comienza cuando dejamos de creer en lo que se nos cuenta.
Argumentar es algo más exigente que contar historias, de la misma forma que escribir una gran novela es algo ligeramente más arduo e inhabitual que emborronar trecientas páginasArgumentar es algo más exigente que contar historias, de la misma forma que escribir una gran novela es algo ligeramente más arduo e inhabitual que emborronar trecientas páginas en plan X (póngase el autor plomo y pedante de su preferencia). Así sucede que cuando está preferencia por lo sentimental penetra en la política, y es inevitable que lo haga, las propuestas inteligentes desaparecen y los argumentos con peso ceden el paso a cualquier cosa fácil de sostener y que se ofrezca con una melodía euforizante.
Da igual el nombre que se le ponga al fenómeno (mi predilecto es peronismo, pero no pretendo convencer a nadie), porque lo que acaba sucediendo es que esa clase de munición termina por convertir a la política en una pura contienda, le arrebata su función civilizadora y la priva del arma decisiva, de la palabra y el argumento, de la reflexión, de comparar la realidad con lo que se nos cuenta, de tomar la medida exacta a los desmanes y aquilatar el esfuerzo y el precio que habría que pagar por los supuestos remedios. Se llega así al paroxismo, a que importe más el triunfo de los buenos de la película que la paz civil, a que se valore más la majeza que la responsabilidad, a que se difumine cualquier clase de límites en aras del éxito del relato, porque ¿cómo vamos a consentir que la realidad, la ley o el respeto a los demás nos priven de realizar nuestros sentimientos sin los que parece que no se puede vivir?
Las ‘nuevas religiones’ no parecen dispuestas a aceptar ese sanísimo retiro al ámbito de lo privado y pretenden imponer una nueva teología de la ecología, del feminismo, o de la causa que se prefieraEn nuestra historia común el relato máximo se ha llamado siemprereligión, y la historia de la democracia liberal puede contarse como el intento exitoso de separar la política de la religión, pero las “nuevas religiones” no parecen dispuestas a aceptar ese sanísimo retiro al ámbito de lo privado y pretenden imponer una nueva teología de la ecología, del feminismo, o de la causa que se prefiera. Como el ámbito de los relatos, siempre crédulos y acríticos, tiende a separarse de la racionalidad, ocurre que acaba por no importar en absoluto que lo que efectivamente se hace sea contrario a lo que se afirma, como cuando unos pacifistas la emprenden a mamporros y pedradas con la policía, por ejemplo.
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