Por fin parecía demostrarse que hombres y mujeres eran esencialmente iguales
Ante tan importante descubrimiento, no faltaron los titulares
sensacionales (“¡los cerebros son unisex!”) textos que presentaban el
estudio como si se tratara de la verdad revelada. No había ni una sola
nota discrepante, ni un solo matiz… salvo en un caso, pero de forma muy
tenue y en las últimas líneas. Un salto tan trascendente para la
humanidad no podía admitir discrepancias. Por fin parecía demostrarse
que hombres y mujeres eran esencialmente iguales: el sueño de la
igualdad por decreto estaba mucho más cerca.
¿Hallazgo científico… o burdo ‘fake news’?
Sin embargo, a pesar de lo que afirmaba la información periodística,
al consultar directamente el estudio en cuestión se descubría
rápidamente que algo no iba bien, que las piezas no encajaban. De
entrada, los autores afirmaban que las diferencias documentadas de
sexo/género en el cerebro a menudo se toman como soporte de un
dimorfismo sexual (“cerebro femenino” o “cerebro masculino”). Sin
embargo, tal distinción solo sería posible si las diferencias en las
características cerebrales fueran altamente dimórficas e internamente
consistentes.
Traducido al lenguaje corriente: los escáneres habían mostrado que, en efecto, existían
diferencias entre los cerebros masculino y femenino,
pero como su proporción no era del 100% para uno y del 0% para el otro,
sino variable y con numerosos aspectos solapados, la conclusión era que
no había un cerebro típicamente masculino y otro típicamente femenino,
sino diferentes “
mosaicos cerebrales”. Idea que, a lo
sumo, serviría para explicar algo que ya sabíamos: que afortunadamente
puede haber mujeres a las que les apasione jugar al fútbol y hombres que
prefieran practicar ballet. En realidad, puestos a tomar el rábano por
las hojas, bien podrían haber concluido que no existía un cerebro humano
típico… en general. Al fin y al cabo, casi todo el mundo cree que salió
favorecido en el reparto de cerebros.
La noticia era un ‘fake news’ de libro… pero los celosos guardianes de la “verdad” no lo detectaron
Pero, ¡oh, sorpresa!, cuando los investigadores analizaron a fondo los datos del estudio, comprobaron que era posible identificar correctamente si un cerebro era de hombre o de mujer el 73% de las veces.
Es decir, los cerebros de hombres y mujeres eran, en cierta medida,
distintos. Sorprendentemente, este dato fue ignorado por la prensa.
Ningún valiente periodista lo divulgó, tal vez por temor a ser arrojado a
la hoguera por hereje. La noticia, tal y como había sido difundida, era
un ‘fake news’ de libro… pero los celosos guardianes de la “verdad” no lo detectaron.
Para demostrar que el marco interpretativo de los investigadores era
falaz, solo hacía falta hacer un sencillo ejercicio de lógica. Por
ejemplo, sabemos que la media de estatura de los hombres es mayor que la
de las mujeres pero que esto no significa que cada hombre sea más alto
que cada mujer. No obstante, que existan prevalencias 80-20 o 60-40 es
un dato relevante que ningún científico riguroso desdeñaría, es una
información que invita a la investigación, no a la ocultación. Ahora
bien, según la retorcida lógica empleada en el citado estudio, el
verdadero hallazgo no sería la discrepancia entre las medias sino… ¡la
imposibilidad de definir una estatura típicamente masculina y otra
típicamente femenina!
El hombre de paja
Pero,
Daphna Joel et al, es decir, los
autores del estudio, no solo hacían una interpretación interesada de los
datos, sino que insinuaban que había una “ciencia mala”, la
ciencia machista,
que nos imponía la idea de dos cerebros netamente diferentes: uno
femenino y otro masculino –recordemos su cita: “las diferencias
documentadas de sexo/género en el cerebro a menudo se toman como soporte
de un
dimorfismo sexual”–. Pero ¿de verdad sus colegas
eran malvados machistas? No, en absoluto. De hecho, la neurociencia
moderna jamás ha establecido la existencia de cerebros netamente
distintos para hombres y mujeres. Entre otras razones, porque el cerebro
humano es todavía un gran desconocido. Cosa distinta es que una y otra
vez las investigaciones demuestren que
el sexo sí importa (aquí y aquí).
Estableciendo que los cerebros son asexuados, las diferencias entre
hombres y mujeres solo podrían explicarse por un factor: la educación
sexista
Daphna Joel y sus adláteres necesitaban un hombre de paja, un
supuesto enemigo, para elevar a causa social sus hallazgos, y hacer
creer que la “verdad” estaba perdiendo el partido pero que ellos habían
saltado al campo para darle la vuelta y ganarlo con un proverbial
cabezazo en el último minuto. Llegados a este punto, la pregunta es:
¿cuáles eran sus verdaderas intenciones? El siguiente párrafo, más
propio de un politólogo que de un científico, las desvela:
“
Las diferencias de sexo/género en el cerebro son de gran interés
social, ya que su presencia normalmente supone demostrar que los seres
humanos pertenecen a dos categorías distintas, no sólo en términos de
sus genitales, y así justificar la diferencia de trato entre hombres y
mujeres.”
En definitiva, una vez quedara establecido que los cerebros son
asexuados, las diferencias entre hombres y mujeres solo podrían
explicarse por un factor: la
educación sexista.
La imposición del ambiente
Detrás de este estudio está la alargada sombra de una doctrina: el
genero como producto exclusivamente del ambiente. Y como toda doctrina,
existe una ortodoxia que lleva aparejados unos mandamientos. Hay que
evitar desde muy temprano cualquier orientación sexual en los niños. No
revelarles su sexo, vestirlos y decorar su cuarto de forma neutral,
excluir los juguetes sexistas, son, entre otras, las prácticas
recomendadas. Así se liberaría a la persona de perversas expectativas
sociales relacionadas con su sexo y se crearía un “ser humano nuevo”.
Los primates hembra se sienten atraídos por las muñecas, mientras que los machos se decantan por artilugios con ruedas
Lamentablemente, existe un cuerpo colosal de literatura y estudios
científicos que demuestran la existencia de características biológicas
predeterminadas que condicionan nuestro comportamiento desde la más
tierna infancia; investigaciones que revelan cómo niños y niñas en edad
lactante tienen preferencias distintas relacionadas con su sexo (aquí);
incluso que prueban, no ya en seres humanos, sino en primates, que el
sexo condiciona las preferencias de los individuos sin que se les
aleccione previamente: los primates hembra se sienten atraídos por las
muñecas, mientras que los machos se decantan por artilugios con ruedas (aquí).
Pero, misteriosamente, si uno lee la prensa, atiende a la propaganda y
observa lo que hacen muchos políticos para conquistar nuevos nichos de
votos, es como si todas estas evidencias científicas no existieran. De
hecho, las investigaciones que no refuerzan las nuevas tesis transgénero
se han vuelto invisibles. Y si, por alguna razón, un investigador
consigue romper la ley del silencio, los activistas se encargarán de
hacerle la vida imposible, como le sucedió a
Kenneth Zucker, toda una autoridad en cuestiones de identidad de género en niños, que fue invitado a abandonar su puesto de director en
The Child Youth and Family Gender Identity Clinic (GIC), en Toronto, por no comulgar con la doctrina ortodoxa. Una vez más, no nos enfrentamos a un debate racional.
El caos
A pesar de la ley del silencio, son numerosas las voces cualificadas
que alertan del grave peligro de tratar a los niños como si fueran una
hoja en blanco, de darles a entender que el género es algo facultativo,
de quita y pon. Los niños así educados tienden a sumirse en la
confusión. De hecho, hay pediatras que sospechan que no es casual la
creciente popularidad del
Trastorno de Identidad Sexual (GID) ni el incremento del número de visitas a sus consultas por esta causa.
Los casos de transgénero siguen siendo escasos pero el caos que se está generando es cada vez mayor
Según
American Academy of Pediatrics, mientras en 1970 del
2% al 4% de los niños y del 5% al 10% de las niñas de edades
comprendidas entre los 4 y 18 años se comportó como el sexo opuesto
ocasionalmente, en la actualidad del 5% al 13% de los adolescentes
varones y del 20% al 26% de las adolescentes manifestaron un
comportamiento de género cruzado. De estos, del 2% al 5% de los varones y
del 15% al 16% de las niñas llegaron al convencimiento de que
pertenecían al sexo opuesto. Sin embargo, aunque tantos jóvenes piensen
que pueden pertenecer al sexo contrario, la prevalencia final de este
fenómeno es solo del 0,01% (1 entre 10.000 a 30.000)*.
Es decir, a pesar de que un creciente número de niños parecen estar
experimentando el comportamiento de género cruzado, la evidencia es que,
a medida que maduran, muy pocos solicitan el cambio de género. En
conclusión, los casos de transgénero siguen siendo escasos pero el caos
que se está generando es cada vez mayor.
La biología como tabú
Hoy, que un niño prefiera apuntarse a actividades musicales en vez de
formar parte del equipo de fútbol de la escuela, o que a una niña sueñe
con pilotar un Fórmula 1 en lugar de ser bailarina, debe entrar dentro
de la normalidad porque, afortunadamente, los tiempos cambian. Esto
significa que hoy hay más libertad para el individuo, independientemente
de su sexo. Pero, precisamente por esta razón, que algunos inquisidores
puedan tachar de sexista todo aquello que no cuadre con sus
cuadriculadas ideas, es un atentado a la libertad individual. En
realidad, con su imposición, lejos de eliminar viejas discriminaciones,
añaden una nueva y, además, convierten la biología en tabú… como ocurría
siglos atrás.