Viganò: el Tercer Secreto de Fátima fue manipulado y censurado. Para calmar la apostasía de Roma

 

ENTREVISTA

del Dr. TAYLOR MARSHALL

1.       ¿Cree que el tercer secreto de Fátima publicado en 2000 es el verdadero?

Carlo Maria Viganò: El texto de la tercera parte del Secreto de Fátima fue entregado por Sor Lucía al Obispo de Leiria en 1944: se refiere a la visión que los tres niños pastores tuvieron en 1917 y que por voluntad de la Virgen María debería ser revelado en 1960. Fue entregado al Santo Oficio en 1957, cuando reinaba Pío XII. Juan XXIII lo leyó en 1959 y decidió no hacerlo público. Pablo VI hizo lo mismo en 1967. Juan Pablo II lo leyó en 1978 o quizás en 1981. En el 2000, con ocasión del Jubileo, dispuso su publicación haciendo creer que se trataba del texto íntegro, atribuyendo para él mismo la visión del Papa enfermo, y más precisamente al atentado que sufrió en la plaza San Pedro el 13 de mayo de 1981. La sospecha de que el texto del Secreto ha sido manipulado es más que fundada. Más allá de las anomalías e incoherencias técnicas -como el formato del soporte de papel utilizado por Sor Lucía- me parece evidente que el contenido “revelado” ha sido censurado, para no confirmar lo que está a la vista de todos: la demolición de la Iglesia Católica desde dentro y la apostasía de la fe a través de un “mal Concilio” y una “mala Misa”. La decisión de no perjudicar el resultado revolucionario del Vaticano II llevó a Roncalli a no revelar el Tercer Secreto; Montini actuó de la misma manera, también porque en el interín la revolución del Concilio se había extendido a la reforma litúrgica. Por otra parte, no es sorprendente que una Jerarquía que adultera la Sagrada Escritura y el Magisterio pueda llegar también a censurar las palabras de la Santísima Virgen en el ámbito de apariciones reconocidas por la Iglesia.

 

2.      ¿El IOR debería ser abolido?

El Instituto para las Obras de Religión (IOR) es un banco, y es normal que una institución como la Iglesia Católica y el Estado de la Ciudad del Vaticano cuente con uno. Su gestión se confía a dos laicos: un Presidente y un Director General, mientras que se nombra una Comisión de Cardenales como órgano supervisor de sus actividades. Al no depender del Gobernación, nunca he tenido ningún rol institucional en mis funciones de Secretario General.

Corresponde a quienes administran el IOR -es decir, a la Comisión de Cardenales y, en última instancia, a la Secretaría de Estado, en nombre del Santo Padre- dictar las normas que garanticen una gestión correcta, la transparencia de sus operaciones e impidan la especulación y las actividades ilegales.

 

3.      En mi libro titulado Infiltrazione documento su trabajo de investigación como Secretario General del Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano desde julio de 2009 a septiembre de 2011 bajo el papa Benedicto XVI. ¿Qué más descubrió? Por el bien de la historia, ¿qué ocurrió exactamente?

Antes de ser nombrado en el Gobernación, Juan Pablo II me había asignado la tarea de Delegado para las Representaciones Pontificias, en la Primera Sección de la Secretaría de Estado, teniendo como superiores inmediatos al Sustituto y al Secretario de Estado, que eran los únicos con acceso al Santo Padre. Mi tarea consistía en instruir todas las prácticas relativas a la contratación y promociones del personal de la Curia Romana y de las Nunciaturas Apostólicas, así como gestionar prácticas muy confidenciales respecto a los miembros de los Dicasterios Romanos y del Colegio Cardenalicio.

Mi trabajo de investigación, de instrucción de las prácticas y de formulación de un juicio sobre las personas y sobre las decisiones a tomar, terminaba con la entrega de los expedientes al Sustituto. A continuación, correspondía al Sustituto y al Secretario de Estado -primero Sodano y luego Bertone- presentar o no mis expedientes al Papa, decidiendo a su total discreción si los encubrían o no. Por ejemplo -aparte del conocido caso de McCarrick-, ¿qué hicieron mis Superiores cuando recogí las gravísimas informaciones sobre Maradiaga? ¿Por qué fue elevado al Cardenalato en lugar de ser castigado de acuerdo con los delitos que cometió?

El cardenal Bertone, que mantenía bajo control al papa Benedicto, consiguió que éste me destituyera de mi cargo porque, como dije en mi Declaración J’accuse, yo obstaculizaba su acción y sus nombramientos. Hizo que me enviaran al Gobernación como Secretario General, pero como se trataba de una diminutio, es decir, de una degradación respecto a mi rol anterior, Bertone me prometió que al final del mandato de Giovanni Lajolo, para entonces próximo a la jubilación, sería nombrado Presidente del Gobernación, un cargo cardenalicio.

El mismo día de mi presentación en el Gobernación, el 16 de julio de 2009, me di cuenta del estado de total irregularidad y corrupción de la administración. Descubrí inmediatamente la existencia de una Comisión de Finanzas y Gestión -ilegal y no prevista por los estatutos del Gobernación- compuesta por un grupo de destacados banqueros italianos encargados de la gestión financiera del Estado de la Ciudad del Vaticano. Esta comisión, presentada como un órgano meramente consultivo, en realidad tenía funciones decisorias y especulaba para su beneficio con las inversiones vaticanas con fondos de inversión -entre ellos BlackRock- con los que habían firmado contratos de gestión cuyos costes eran superiores a los intereses pagados al Gobernación.

Por lo tanto, inmediatamente me puse en acción y en pocos meses el déficit de más de 10 millones de dólares detectado en el ejercicio 2009 se había convertido en un déficit de 44 millones de dólares, poniendo fin a los manejos ilícitos de prelados y laicos. Obviamente, esta operación de limpieza debería haber llevado a la destitución de los protagonistas de tanta malversación, empezando por el cardenal presidente Giovanni Lajolo y el director administrativo de los Museos Vaticanos, monseñor Paolo Nicolini.

Giovanni Lajolo, en olor de masonería, pertenece al cordón del cardenal Achille Silvestrini, a su vez criatura del cardenal Agostino Casaroli, figura clave del pontificado de Juan Pablo II como Secretario de Estado y el hombre de la Ostpolitik. Silvestrini, responsable de la Sección Segunda para las Relaciones con los Estados, era un destacado miembro de la mafia de San Galo y responsable del Colegio Universitario Villa Nazareth, una especie de Jóvenes Líderes Globales para el Mañana de Davos en versión eclesiástica. El ex Primer Ministro Giuseppe Conte, figura sombría que condenó a los italianos a arresto domiciliario durante la farsa de la pandemia, surgió de esta fragua en la encrucijada de la Iglesia profunda y el Estado profundo.

Monseñor Paolo Nicolini pertenece a la llamada Mafia Lavanda, el lobby homosexual del Vaticano. Como director administrativo de los Museos Vaticanos y de los Bienes Culturales de la Gobernación estaba a cargo de la principal fuente de ingresos del Estado de la Ciudad del Vaticano. Entre las principales fechorías de Nicolini que tuve que enfrentar inmediatamente figuraba el contrato que él había redactado, con la aprobación del cardenal Giovanni Lajolo y de mi predecesor monseñor Renato Boccardo, para la restauración de la Columnata de Bernini y de las dos fuentes de la Plaza San Pedro, por un valor de 15 millones de euros.

La Gobernación no figuraba en absoluto entre las partes de este contrato, que se había redactado, en cambio, en un banco suizo (Banca del Gottardo de Lugano), entre la empresa encargada de recaudar fondos para financiar las obras (mediante la colocación de anuncios en la Columnata de la Plaza San Pedro) y la empresa encargada de los trabajos de restauración (elegida por Nicolini sin concurso). Monseñor Nicolini tenía derecho a una importante remuneración mensual que le pagaba directamente la empresa que recaudaba los fondos mediante la publicidad. Esta última se quedó con varios millones de euros ya recaudados, que deberían haber sido abonados a la empresa que realizaba la restauración, en función del avance de las obras, hasta el punto de provocar su interrupción. Por ello, me vi obligado a intervenir para que se disolviera el contrato y exigir que las sumas cobradas se abonaran inmediatamente a la Gobernación y retribuir así los trabajos realizados. Fue entonces cuando me echaron de la Gobernación y que el cardenal Giovanni Lajolo se encontró de nuevo en condiciones de actuar sin ser molestado.

Otro caso de mala gestión fue la adjudicación a la Opera Laboratori Fiorentini del contrato de instalación de puntos de venta en los Museos Vaticanos, que representó un volumen de negocios de millones de euros y permitió a Nicolini obtener por debajo de la mesa una enorme ventaja económica personal.

Mi remoción de la Gobernación se produjo luego de una campaña difamatoria en la prensa organizada por monseñor Nicolini y el poderoso joven Marco Simeon, conocido masón homosexual, ex secretario del Ministro para los Bienes Culturales Urbanos y secretario del presidente de Mediobanca, íntimo del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado y protegido suyo, a quien debía su ascenso a la RAI como responsable de las relaciones con el Vaticano.

Mi trabajo se vio frustrado y el equipo de colaboradores que había creado se disolvió, y todos los protagonistas de la corrupción que había señalado fueron confirmados en sus puestos. Nicolini fue ascendido a Responsable de las Villas Papales en Castel Gandolfo, donde podía administrar una enorme propiedad, mucho más extensa que el Estado de la Ciudad del Vaticano. Obtuvo de Bergoglio la destitución inmediata -con métodos brutales y vengativos- de Eugenio Hasler, un hombre íntegro y mi estrecho colaborador, hijo del Mayor de la Guardia Suiza, que vio destruida su reputación, su carrera profesional, su buen nombre y su propia existencia. Recientemente, monseñor Nicolini fue nombrado por Bergoglio director del Centro Laudato si’ para la Formación Superior (aquí), que se ocupa de “los proyectos verdes”, de acuerdo con los dictados del Foro Económico Mundial de Davos. El último de ellos, publicado hace pocas semanas, consiste en una planta agrovoltaica en la zona extraterritorial de Santa Maria di Galeria. Este proyecto ya había sido propuesto por el cardenal Giovanni Lajolo bajo Benedicto XVI y fui yo quien impidió su realización.

Luego de estos ataques mediáticos, Benedicto XVI constituyó una Comisión de Investigación formada por tres cardenales: Julián Herranz, Raymond Leo Burke y Giovanni Lajolo, a pesar de que este último estaba directamente implicado. Bertone consiguió persuadir a Herranz para que disolviera la Comisión, que sustituyó por una Comisión Disciplinaria de la Gobernación, que a pesar de estar bajo el control del propio Bertone, decidió la destitución de Nicolini y tomó medidas sancionadoras contra la Dirección de las Villas Pontificias. Sin embargo, las medidas tomadas por esta Comisión Disciplinaria fueron frustradas por Tarcisio Bertone y Giovanni Lajolo.

Aunque el papa Benedicto me había expresado en dos ocasiones su voluntad de nombrarme Presidente de la Prefectura para los Asuntos Económicos de la Santa Sede en sustitución del cardenal Velasio de Paolis -un cargo, me dijo, “en el que podría servir mejor a la Santa Sede”- Bertone consiguió que me enviaran a Washington lejos de la Curia Romana y de aquellos a los que había “molestado” en mi lucha contra la corrupción.

El mayordomo Paolo Gabriele -un hombre honesto e ingenuo, pero bienintencionado- por iniciativa propia entregó a la prensa mis cartas dirigidas al papa Benedicto y al cardenal Bertone en las que denunciaba la vasta corrupción en la Gobernación. Con este gesto, Gabriele esperaba ayudar a Benedicto sacando a la luz la red de complicidades en el Vaticano, el exceso de poder de Tarcisio Bertone y Giovanni Lajolo y las maquinaciones contra el Papa. También fue decisivo el rol de monseñor Georg Gänswein, que se disputaba con Bertone el control sobre Benedicto en el gobierno de la Iglesia. En 2012, luego de la filtración de estos documentos (Vatileaks 1), el Papa creó una nueva Comisión de Cardenales compuesta por Julián Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi. A pesar de estar en el centro de aquellos acontecimientos, este nuevo organismo trató de ignorarme durante al menos dos meses y fue solo después de una petición telefónica explícita mía al cardenal Herranz, mientras yo me encontraba en Washington, que fui escuchado para dar mi testimonio. “Eminencia, ¿no cree que yo también tengo algo que decir en este asunto?”. La respuesta irritada del Cardenal fue: “Si realmente usted lo desea…”.

Mi memoria escrita, así como el acta del interrogatorio verbal, fue incluida en la famosa caja blanca que el Emérito entregó a Bergoglio en abril de 2013 cuando le visitó en Castel Gandolfo (ver foto), encargando al Sucesor que interviniera para sanar la corrupción rampante en el Vaticano.

El 23 de junio de 2013, cuando me reuní con Bergoglio, él, después de preguntarme sobre McCarrick y los jesuitas en Estados Unidos para sondear cuál era mi posición, me pidió que le entregara el dossier que yo había entregado a los tres cardenales nombrados por Benedicto para investigar. Lo hice inmediatamente, y me dijo: “Tengo una pequeña caja fuerte en mi habitación. Lo llevaré allí (cosa que hizo) y lo leeré esta tarde”.

Es obvio que a Bergoglio sólo le interesaba saber quiénes eran los corruptos para poder utilizarlos, controlarlos y chantajearlos. Nicolini estaba entre sus protegidos a los que, como hemos visto, no sólo mantuvo en su puesto sino que promovió a puestos más altos, eliminando a cualquiera que se le opusiera, empezando por Eugenio Hasler.

Me pregunto qué pasó con esa caja blanca y por qué los dos cardenales que aún viven -Julián Herranz y Salvatore De Giorgi- siguen guardando silencio ante el encubrimiento de todo lo que surgió de sus investigaciones.

 

4.      El Cardenal Fernández ha declarado que usted ha recibido una excomunión latæ sententiæ por el delito de cisma. ¿Se le aplica la pena canónica? ¿Por qué sí o por qué no?

El 11 de junio me informaron por un simple correo electrónico (sin recibir nunca ninguna notificación oficial) de un juicio contra mí, por el que hubiera tenido que presentarme en Roma el día 20 para retirar las acusaciones contra mí, de modo que pudiera preparar mi defensa para el día 28, víspera de San Pedro y San Pablo. Creo que ni siquiera se le da una semana a alguien que ha recibido una multa por aparcar en un lugar prohibido.

Las acusaciones que se me imputan son totalmente inconsistentes: cisma por haber puesto en duda la legitimidad de Bergoglio y de haber rechazado el Vaticano II. Pero el derecho reconoce la inaplicabilidad de la voluntad de cisma en los casos en que el acusado está persuadido de que quien se sienta en el Trono de Pedro no es Papa y, cuando se demuestra que sus sospechas son infundadas, está dispuesto a someterse a su autoridad. Yo considero a Jorge Mario Bergoglio un antipapa, o mejor dicho, un contra-Papa, un usurpador, un emisario del lobby anticatólico infiltrado en la Iglesia desde hace décadas. La evidencia de su alejamiento del Papado, sus múltiples herejías y la coherencia de su acción de gobierno y de su “magisterio” en clave subversiva son elementos muy graves que no pueden ser descartados apresuradamente como un delito de lesa majestad.

Más allá del método y del mérito de la causa penal extrajudicial, la vacante de la Sede Apostólica y la usurpación del Trono de Pedro por parte de un falso Papa hacen completamente inválidos e ineficaces todos los actos de los Dicasterios Romanos, de modo que incluso la excomunión contra mí es nula.

Estamos frente a un cortocircuito canónico: quien ostenta la suprema autoridad terrenal en la Iglesia, en el momento en que es denunciado por herejía responde acusando de cisma a quien le denuncia y lo excomulga. Este uso instrumental de la justicia -típico de las dictaduras- contradice la mens del Legislador y cae justamente bajo las disposiciones de la bula de Pablo IV: es la adhesión misma a la herejía la que expulsa al hereje de la Iglesia y convierte su autoridad en ilegítima, inválida y nula.

 

5.      ¿Quiénes son los hombres más peligrosos del Vaticano en este momento?

Después de Bergoglio, los más peligrosos son Fernández, Hollerich, Roche, Peña Parra… Estos, junto con el Secretario de Estado, Pietro Parolin, son todos cómplices de la desastrosa gestión del Vaticano y de toda la Iglesia. Recuerdo de pasada que Parolin era miembro del plantel de la Segunda Sección de la Secretaría de Estado, dirigida entonces por el masón Silvestrini, miembro destacado de la mafia de San Galo, a la que debe su ascenso.

 

6.      ¿Cómo deberían comportarse los católicos en caso de prohibición de la Misa antigua?

La Misa Tridentina es un tesoro inestimable para la Santa Iglesia. Está “canonizada” por su uso plurisecular en el que vemos expresada la voz de la Sagrada Tradición. Si la Jerarquía, abusando de su poder en contra del fin que el Señor le ha dado, impide la celebración de la Misa antigua, comete un abuso y esta prohibición es nula.

Los sacerdotes y obispos deberían mostrar más valentía y seguir celebrando el rito antiguo y negándose a celebrar el Novus Ordo. Probablemente se enfrentarían a sanciones por parte del Vaticano, pero deberían preguntarse qué sanciones les esperan cuando tengan que responder ante el tribunal del Señor por no cumplir con su deber, prefiriendo la obediencia servil a los poderosos en lugar de la obediencia a Dios.

Los laicos deberían organizarse en pequeñas comunidades, comprando las iglesias que hoy se ponen a la venta o estableciendo capillas domésticas, y buscando sacerdotes dispuestos a celebrarles la Misa y los Sacramentos según el Rito Apostólico y a ayudarles materialmente en su ministerio.

 

7.      ¿Qué piensa de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro (FSSP), del Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote (ICRSS) y de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX)? ¿Anima a los fieles a asistir a sus Misas?

Los institutos ex Ecclesia Dei surgieron del deseo del Vaticano de debilitar a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X después de las Consagraciones Episcopales de 1988, a la que, habiéndosele otorgado la sucesión apostólica, podía continuar su propio apostolado incluso después de la muerte del arzobispo Marcel Lefebvre. La “concesión” de celebrar la Liturgia Tridentina -hasta entonces completamente excluida- tenía y tiene como condición la aceptación del “Magisterio postconciliar” y la licitud del Novus Ordo. Tal premisa es totalmente inaceptable, porque reduce la celebración de la Misa antigua a una cuestión ceremonial, cuando es evidente que el rito tridentino resume en sí toda la doctrina y la espiritualidad de la Fe católica, en antítesis con el rito protestantizado de Pablo VI, que silencia ecuménicamente esa Fe. Los que celebran la Misa de San Pío V no pueden aceptar el Vaticano II. De hecho, desde el principio, muchos sacerdotes que habían abandonado la Fraternidad de monseñor Lefebvre y se habían unido a los institutos Ecclesia Dei seguían teniendo fuertes reservas y, por así decirlo, jugaban con el equívoco de una aceptación tácita que el propio Vaticano no les pedía que explicitaran. En 2007, Benedicto XVI reconoció la legitimidad de la Liturgia tradicional, declarando la Misa antigua “forma extraordinaria” del Rito Romano, junto a la “forma ordinaria” del Novus Ordo. El Motu Proprio Summorum Pontificum revela la impostación hegeliana de Ratzinger, que en la co-presencia de dos formas del mismo rito intentó componer la síntesis entre la tesis de la Misa tradicional y la antítesis del rito montiniano. Pero también en ese caso la base ideológica del Motu Proprio fue de hecho moderada por la práctica, de modo que el resultado final de Summorum Pontificum fue relativamente positivo, al menos en la difusión de la celebración de la Misa antigua que las nuevas generaciones nunca habían conocido. Jóvenes sacerdotes y muchos fieles se acercaron al Rito Apostólico, descubriendo la belleza y la coherencia intrínseca con la Fe católica. Ante el éxito de la Misa de siempre, el Motu Proprio Traditionis Custodes limitó drásticamente la liberalización de Summorum Pontificum, declarando abolido el derecho de todo sacerdote a celebrar la Misa tradicional y reservándolo únicamente a los institutos ex Ecclesia Dei.

Se creó así una “reserva india” de clérigos más o menos conservadores que dependen de Bergoglio, a los que se les exige que hagan profesión de fe conciliar concelebrando el nuevo rito al menos una vez al año: algo a lo que se ven obligados a hacer prácticamente todos los sacerdotes de estos institutos, lo quieran o no. Por otra parte, no me parece que los obispos o cardenales que los apoyan hayan expresado reservas sobre el Concilio o sobre las desviaciones doctrinales, morales y litúrgicas del postconcilio y del propio Bergoglio. Es difícil esperar de los subordinados una combatividad que nunca han mostrado los eminentes prelados.

Estos institutos están, por tanto, sometidos a chantaje. Si con Summorum Pontificum era plausible pensar en un intento de pax liturgica que dejara libertad a los conservadores para elegir el rito que prefirieran (en una visión liberal, por así decirlo), con Traditionis Custodes los clérigos que celebran y los fieles que asisten a la Misa antigua cargan con el estigma eclesial del indietrismo, del rechazo del Vaticano II, del rigidismo preconciliar. En este caso, la sinodalidad y la parresia ceden ante el autoritarismo de Bergoglio, que, sin embargo, dice una verdad incómoda: ese rito cuestiona la eclesiología y la teología del Vaticano II y, como tal, no representa a la Iglesia conciliar. La ilusión de la pax liturgica se ha roto así miserablemente frente a la evidencia de la irreconciliabilidad de dos ritos que se “excomulgan” mutuamente, así como las dos Iglesias -la católica y la sinodal- de las que son expresión cultual.

En el caso del Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote, la cuestión ritual y ceremonial parece prevalecer sobre la doctrinal, y no es casualidad que en la disolución general los canónigos de Gricigliano parezcan exentos de oposición y ostracismos: no representan un problema, porque no cuestionan en lo más mínimo el nuevo rumbo y de hecho tienen en sus Constituciones amplias citas de documentos conciliares. Los demás institutos sobreviven, pero está por ver cómo responderán a las futuras restricciones.

La Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, después de cincuenta años de actividad, está dando muestras de fatiga y a veces parece que su silencio sobre los horrores de Santa Marta está motivado por un acuerdo tácito de no beligerancia, quizás con la esperanza de convertirse en el recolector del conservadurismo y de parte del tradicionalismo católico, una vez que Bergoglio haya eliminado “la competencia” de los institutos ex Ecclesia Dei. Mi temor es que esta esperanza termine ratificando el cisma de facto ya presente en la Iglesia, obligando a los católicos a abandonar la Iglesia oficial como si fueran ellos, y no la Jerarquía Romana, los que están en estado de cisma. Una vez eliminadas las voces críticas, Bergoglio se encontraría teniendo “su” Iglesia herética, de la que están vetados los sacerdotes y fieles que no acepten la revolución permanente.

En cuanto a los fieles, creo que es necesario comprender la situación de gran desorientación y anarquía presente en la Iglesia. Muchos católicos que han descubierto la Misa antigua ya no pueden asistir al rito montiniano, y es comprensible que se “contenten” -por así decir- con las Misas tridentinas celebradas por los institutos ex-Ecclesia Dei, pero sin aceptar los compromisos que se exigen a sus sacerdotes. Pero ésta es una situación que tarde o temprano deberá aclararse, sobre todo si la aceptación de los errores conciliares y sinodales se convierte en conditio sine qua non del disfrute de la Misa antigua. En ese caso, los fieles deben actuar con coherencia y buscar sacerdotes que no estén comprometidos con la Iglesia sinodal. De todos modos, los horrores de este “pontificado” están erosionando el consenso del clero con respecto a Bergoglio: una facción tradicional podría decidir no seguirle por el camino fracasado que ha emprendido.

 

8.     ¿Qué le gustaría decir a los laicos que no pueden frecuentar la Misa antigua?

Comprendo la angustia que muchos sienten al no poder asistir a la Misa Tridentina. Es como ser privados de la presencia del Señor y de las Gracias que el Santo Sacrificio derrama sobre las almas y sobre la Iglesia. Pero a lo largo de la historia muchos católicos, ya sea en tierras lejanas a las que aún no habían llegado los misioneros, o en tiempos de persecución, se han encontrado sin poder tener Misa más que ocasionalmente. Sin Misa se puede sobrevivir, pero no sin Fe. Por lo tanto, la Fe es indispensable para la salvación, es importante que cada católico alimente su instrucción religiosa tomando en sus manos el Catecismo Tridentino y alimentando el intelecto y el corazón para resistir el contagio del Novus Ordo y sus degeneraciones. Es necesario rezar para que el Señor envíe obreros a su mies y ayude a los pocos sacerdotes que aún son fieles.

 

9.      ¿Cuál fue el rol de McCarrick en el Acuerdo sino-vaticano?

A pesar de que ya se conocían las acusaciones de conducta escandalosa de McCarrick y de que el papa Benedicto había tomado medidas disciplinarias contra él, Bergoglio dio instrucciones al entonces cardenal para tener contactos con el gobierno de Pekín, también por sus llegadas a la Casa Blanca y con el establishment democrático que tenían -y siguen teniendo- relaciones con la dictadura china.

La habilidad de McCarrick para “monetizar” la colaboración de la Iglesia con algunos gobiernos llevó a la firma de un acuerdo secreto, que según algunos rumores -que no puedo verificar- haría ganar millones al Vaticano cada año a cambio de su silencio sobre la persecución de los católicos fieles a la Sede Apostólica y sobre la violación de los derechos humanos.

 

10.  Como ex Nuncio, ¿qué podría decir respecto al estado de salud del episcopado estadounidense?

El episcopado estadounidense es fruto de décadas de mala gestio vaticana: la corrupción y la presencia de un poderosísimo lobby homosexual -formado en gran parte por protegidos de McCarrick- está totalmente a favor del nuevo rumbo bergogliano, en un escandaloso aplanamiento a las posiciones woke de la izquierda radical que está destruyendo Estados Unidos. Entre estos corruptos se puede incluir a los cardenales Spellman, Bernardin, Dearden, McCarrick y su progenie, así como la Compañía de Jesús, que ha desempeñado un rol decisivo en la disolución del catolicismo.

La parte “sana” de los obispos -que como Nuncio he tratado por todos los medios de promover y defender- es minoritaria, conservadora pero de corte conciliar.

 

11.   ¿Qué piensa del argumento munus-ministerium según el cual Benedicto XVI no dimitió?

La renuncia de Benedicto XVI, debido a los vicios de procedimiento y al monstrum canónico que produjo, es ciertamente inválida, como tan acertadamente explicó el Prof. Enrico Maria Radaelli. El invento del “papado emérito” ha socavado aún más el Primado petrino y ha abierto el camino a ese “papado descompuesto” -en una surrealista división de munus y ministerium sin bases teológicas ni canónicas- que ahora está evolucionando hacia una reinterpretación del rol del Pontífice en clave ecuménica, como vemos en el documento de estudio El Obispo de Roma publicado recientemente por el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Una unidad que es ya una nota de la única y verdadera Iglesia de Cristo, que es la Iglesia católica, y que significativamente el Vaticano II presenta como una meta a alcanzar a través de una interpretación del dogma que no presente conflictos con los errores de las sectas no católicas.

El hecho de que Ratzinger considerara subjetivamente abdicar del Papado no incide en la nulidad de la Renuncia. A pesar del aura de ortodoxia que rodea el pontificado de Benedicto XVI, especialmente en los círculos conservadores moderados, su redefinición del instituto petrino y la creación del Papado emérito constituyen la máxima expresión de las instancias heréticas presentes en la teología de Ratzinger, y como tales deberán ser objeto de una condena muy precisa, junto con las demás herejías (bien puestas de relieve por los estudios del eminente profesor Radaelli) que el teólogo alemán nunca ha repudiado.

 

12.  ¿Qué debería hacer el próximo Papa? ¿Debería declarar a Bergoglio antipapa? ¿Invalidar el Vaticano II?

Cuando Nuestro Señor se encarnó hace 2024 años en Israel no había ni rey ni sacerdocio. Si nos acercamos al final de los tiempos, creo que la vacante de la Sede Apostólica está destinada a durar. Cuando vuelva a la tierra, Nuestro Señor retomará el cetro temporal y la corona espiritual, reasumiendo en Sí mismo los poderes reales y sacerdotales hoy ilegítimos.

Pero si la Providencia se digna conceder a la Iglesia un verdadero Papa, podría ser reconocible por la condena y la declaración de la nulidad del Concilio y de los desastres que produjo. Un Papa santo aboliría el Novus Ordo y restauraría la Liturgia tradicional, porque tendría en su corazón ante todo la gloria de Dios, el honor de la Iglesia y la salvación de las almas.

 

13.  El papa León II declaró anatema a su predecesor el papa Honorio. ¿Sucederá de nuevo?

Eso sería lo mínimo. La condena del error es necesaria para restaurar el orden violado, que está fundado en Dios, es decir, en la Verdad Suprema. Honorio fue excomulgado por el papa León II no porque fuera hereje, sino porque profana proditione immaculatam fidem subvertere conatus est -con una traición mundana intentó subvertir la pureza de la Fe- porque no había condenado claramente la herejía monotelita, según la cual en Cristo no hay dos voluntades -una divina y otra humana según las dos naturalezas- sino una sola. La acción subversiva de Bergoglio es mucho más grave, como son mucho más graves las herejías que el Vaticano II no sólo no combatió, sino que se convirtió en vehículo pastoral de las mismas, en un colosal engaño al cuerpo eclesial.

 

14.  Si Bergoglio fuera un antipapa, ¿sus cardenales no serían anti cardenales e inválidos? ¿Cómo se celebraría un cónclave? Para resolver este problema, lea la “tesis de Cassiciacum” de Guérard des Lauriers. ¿Está usted de acuerdo con su tesis del “papado material”?

La mayoría del Colegio Cardenalicio está compuesto en su mayoría por personajes ampliamente comprometidos y corruptos. Es más, la ilegitimidad de Bergoglio (debida también a las infracciones prescritas en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis que invalidan su elección) hace nulos todos sus actos de gobierno, por lo tanto también todos los nombramientos del Sacro Colegio. Si los Cardenales nombrados por el predecesor reconocieran que Bergoglio no es Papa y convocaran un Cónclave, tendrían que tener el valor no sólo de deplorar los efectos actuales, sino también sus causas, que se remontan todas ellas al Concilio Vaticano II.

La llamada tesis de Cassiciacum toma su nombre de la ciudad hoy llamada Cassago Brianza, en Lombardía, donde en 387 d.C. San Agustín se retiró en oración con su madre antes de recibir el Bautismo. Esta tesis, formulada en 1978 por el padre Guérand des Lauriers O.P., identifica en los Papas postconciliares -desde Montini hasta Bergoglio- una aceptación exterior del Papado empañada por un obstáculo interno (el deseo de promover las nuevas instancias del Concilio Vaticano II que contradicen el Magisterio perenne de la Iglesia)-, un obstáculo que impide la comunicación por parte de Dios del carisma divino que normalmente pertenece al Vicario de Cristo. En ausencia de esta “intención objetiva y habitual de procurar y realizar el bien y el fin de la Iglesia”, los Papas postconciliares serían entonces Papas sólo materialmente, como sólo canónicamente elegidos, y por tanto propiamente “no Papas”.

La revolución conciliar -de la que Bergoglio es implacable ejecutor- tiene como objetivo la disolución del Catolicismo romano en una falsa religión sin dogmas de inspiración masónica, que se logrará mediante la parlamentarización de la Iglesia según el modelo de las instituciones civiles. Esto requiere una reducción del Papado y la extinción de la Sucesión Apostólica, junto con un derrocamiento radical del Sacerdocio ministerial. Por esta razón, aunque por el momento sea oportuno suspender el juicio definitivo sobre los Papas del Concilio, es necesario poner entre paréntesis, por así decirlo, todo lo que produjeron, en particular el Catecismo y la enseñanza doctrinal, la reforma de la Misa y de los Sacramentos, y entre éstos el rito de conferir las Sagradas Órdenes.

Lo que sí puedo decir es que, respecto a las tesis del sedevacantismo o del  sedeprivazionismo -que también tienen elementos que pueden compartirse en teoría-, no es posible creer que el Señor haya permitido que su Iglesia permanezca eclipsada y privada de los medios ordinarios de la Gracia -los Sacramentos- durante más de sesenta años, con obispos y sacerdotes no válidamente ordenados y, en consecuencia, con Misas y Sacramentos inválidos. El mysterium iniquitatis no puede implicar la pérdida de la asistencia prometida por Cristo a la Iglesia –Ecce ego vobiscum sum usque ad consummationem sæculi (Mt 28, 19). Pero por nuestra parte urge restaurar la integridad del Depositum Fidei (Lex credendi) y su expresión orante (Lex orandi) para que no prevalezcan las puertas del infierno.

 

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo

 

 

 

 

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